Hoy comienza un nuevo año y unos a otros nos deseamos sinceramente todas las bendiciones: buena salud, bienestar, armonía en la familia, felicidad... y todo lo hermoso que nos pueda traer el año que iniciamos. Este día, al celebrar la fiesta de María como Madre de Dios, incluimos también, con insistencia, deseos y plegarias por una paz, y armonía profunda y duradera, ya que Ella nos dio a su amor máximo representado en ti, que eres Príncipe de la Paz. Que nuestro sentido de reconciliación y unidad, de perdón y aceptación mutua, sea propicia y encontremos verdaderamente la paz que pueda crecer en nuestros corazones, en nuestros hogares.
Señor, que este año sea para todos nosotros un año de gracia, de paz y de alegría, para que podamos afrontar el futuro con esperanza y vivamos en tu amor. Que tu santa bendición nos acompañe y nuestra confianza en ti sean la guía del camino que comenzamos a recorrer y que sea tu amor misericordioso el que nos haga participes de la misma bendición a los Israelitas: «El Señor te bendiga, te guarde y te acompañe ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor».
UN MUY FELIZ Y ESPERANZADOR INICIO DE AÑO. Iniciemos con optimismo y esperanza. Feliz primer lunes del año.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
* «El pueblo entero de la ciudad de Éfeso permaneció ansioso en espera de la resolución [del Sínodo sobre la Maternidad de María]… Cuando se supo que el autor de las blasfemias [Nestorio] había sido depuesto, todos a una voz comenzaron a glorificar a Dios» (San Cirilo de Alejandría)
* «Jesús es el Hijo de Dios y, al mismo tiempo, es hijo de una mujer: María. Viene de Ella. Es de Dios y de María. Por eso la Madre de Jesús se puede y se debe llamar Madre de Dios, “Theotókos” (Concilio de Éfeso, año 431)» (Benedicto XVI).
* «El concilio de Éfeso proclamó en el año 431 que María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su seno: Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de Ella (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 466).