«Os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis frutos y vuestros frutos sean abundantes». Te agradecemos, Señor, porque nos llamas a la vida, a ser tus discípulos y nos envías como mensajeros de esperanza. Al finalizar en este día una nueva semana, permite que tengamos la alegría y satisfacción de haber cumplido tu voluntad y haber realizado nuestras labores. También tenemos que reconocer los momentos difíciles y los obstáculos no superados. Perdona las veces que estuvimos paralizados por nuestros miedos y nuestra fascinación con el mal.
Dirígenos tus palabras poderosas de perdón y de fortaleza, para alzarnos por encima de nosotros mismos, por encima de nuestra cobardía y de nuestros miedos y temores. Así, con tu poder, seguiremos resueltamente por el camino hacia ti y a los hermanos.
Ayúdanos —con todo nuestro ser— a alzar de nuevo y acompañar en su diario vivir a los que están paralizados por sus propios temores, limitaciones y preocupaciones. Que no nos desanimemos en ningún momento y perseveremos, ante todo confiando en ti. Si estamos paralizados, levántanos, Señor, y deja que tomemos la pesada camilla en la que a veces estamos y que muchas veces no queremos cargar. Y si son nuestros hermanos los de la parálisis, danos fuerzas y fortaleza, fe y esperanza en ti para encontrar un boquete y ayudarlos a llegar a ti. Pero, ante todo, que nos lleguen tus palabras: «hijo, tus pecados te son perdonados». Gracias por tu bondad y misericordia, a ti te alabamos, te bendecimos y te damos gracias.
Tomemos la camilla de la fortaleza y vayamos adelante con la presencia del Señor y sus palabras alentadoras.
Un muy feliz y santificado viernes.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
«Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados» (v. 5). Y después, como signo visible, añade: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (v. 11). ¡Qué maravilloso ejemplo de sanación! La acción de Cristo es una respuesta directa a la fe de esas personas, a la esperanza que depositan en Él, al amor que demuestran tener los unos por los otros. Y por tanto Jesús sana, pero no sana simplemente la parálisis, sana todo, perdona los pecados, renueva la vida del paralítico y de sus amigos. Hace nacer de nuevo, digamos así. Una sanación física y espiritual, todo junto, fruto de un encuentro personal y social. Imaginamos cómo esta amistad, y la fe de todos los presentes en esa casa, hayan crecido gracias al gesto de Jesús. ¡El encuentro sanador con Jesús! Y entonces nos preguntamos: ¿de qué modo podemos ayudar a sanar nuestro mundo, hoy? Como discípulos del Señor Jesús, que es médico de las almas y de los cuerpos, estamos llamados a continuar «su obra de curación y de salvación» (CIC, 1421) en sentido físico, social y espiritual. (Audiencia General, 5 de agosto de 2020)