Alegre y feliz despertar, aunque amanece fría la mañana, con actitudes positivas y buena energía, el calor lo llevamos en el corazón.
Gracias, Señor, por el abrigo de la esperanza y el calor de tu amor. Tú has derribado las barreras que nos dividen y nos surgen interrogantes: ¿por qué estamos todavía tan separados, incluso en nuestros propios hogares, con nuestros amigos? Te has sacrificado por nosotros y nos has acercado unos a otros pidiendo que nos mantengamos unidos por el mismo amor y que no seamos extraños unos a otros. Enlázanos a todos juntos, ayúdanos a demoler los muros del odio, de la indiferencia, de la desconfianza y del poder que nos dividem para que todos seamos uno en Ti. Regálanos el don de la fortaleza para poder hacer de nuestras actividades con alegría y danos el don de la vigilancia para estar despiertos y no permitir que las adversidades nos dominen. Nuestros ojos sean cámaras de seguridad de nuestro corazón; nuestras manos, verdaderos candados que no permitan lo negativo en nuestras vidas y nuestros pies, instrumento para recorrer la jornada de este día por caminos seguros, ya que Tú eres nuestro guía y la verdadera luz que nos ilumina. Confiamos en Ti, esperamos en Ti, nos acogemos a Ti. Bendícenos, guárdanos y protégenos ahora y siempre. Amén.
Un muy vigilante martes, lleno de buenas acciones y palabras. Abrazos abundantes y buena energía.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
Con estas palabras, el Señor nos recuerda que la vida es un camino hacia la eternidad; (…) Desde esta perspectiva, cada momento se vuelve precioso, así que debemos vivir y actuar en esta tierra teniendo nostalgia del cielo: (…) No podemos comprender realmente en qué consiste esta alegría suprema, pero Jesús nos hace darnos cuenta de ello con el ejemplo del amo que, al volver, encuentra a sus siervos aún despiertos: «Se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y yendo de uno a otro los servirá» (v. 37). La alegría eterna del paraíso se manifiesta así: la situación se invertirá, y ya no serán los siervos, es decir, nosotros, los que sirvamos a Dios, sino que Dios mismo se pondrá a nuestro servicio. Y esto lo hace Jesús ya desde ahora. Jesús reza por nosotros, Jesús nos mira y pide al Padre por nosotros, Jesús nos sirve ahora, es nuestro siervo. Y esta será la última alegría. El pensamiento del encuentro final con el Padre, rico en misericordia, nos llena de esperanza y nos estimula a comprometernos constantemente en nuestra santificación y en la construcción de un mundo más justo y fraterno. ¡Qué la Virgen María, por su intercesión maternal, sostenga este compromiso nuestro! (Ángelus, 11 de agosto de 2019)