Con el calor del nuevo día que comienza a nacer, te damos gracias, Señor, porque ahora dejamos el calor de nuestras sábanas para sentir la suave brisa del amanecer. Gracias por darnos el fuego de tu amor, por darnos la vida y porque hoy en tu nombre emprenderemos este nuevo caminar siempre con el fuego de tu amor. Hoy nos podemos preguntar:
¿Hemos sentido ese fuego dentro nosotros? No podemos ser discípulos sin estar abrasados por este fuego, el fuego del amor que tiene su origen en el perdón que recibimos de Ti, en la alegría de saber que Tú nos buscas cuando creemos estar perdidos, en la confianza de saber que nunca nos has abandonado y en la fortaleza de contar con el amor con el que te entregaste hasta el extremo por nosotros. Este fuego se convierte en luz para nuestros pasos cuando dejamos que encienda su llama en nuestro interior. No se trata de un fuego violento y vengativo, sino de un fuego que ofrece calor, luz y aliento de vida.
¿Queremos vivir encendidos en ese fuego? Al igual que los discípulos de Emaús [«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»]. Permite, Señor, que la escucha de tu Palabra encienda ese fuego en nuestro corazón, líbranos del desaliento y danos el calor de tu fortaleza a todos los que tenemos que pasar a través del fuego del sufrimiento, del fracaso, de la soledad; danos el fuego verdadero de tu fe, esperanza y caridad y permite que el calor de nuestros corazones sea alivio para nuestros hermanos que se encuentran en el frío de la incertidumbre. Danos el FUEGO DE TU ESPÍRITU Y PURIFÍCANOS CON TU AMOR. Amén.
Un muy caloroso, amoroso y feliz jueves.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
El Evangelio (…) (Lc 12, 49-53) forma parte de las enseñanzas de Jesús dirigidas a sus discípulos a lo largo del camino de subida hacia Jerusalén, donde le espera la muerte en la cruz. (…) El fuego del cual habla Jesús es el fuego del Espíritu Santo, presencia viva y operante en nosotros desde el día de nuestro Bautismo. Este –el fuego– es una fuerza creadora que purifica y renueva, quema toda miseria humana, todo egoísmo, todo pecado, nos transforma desde dentro, nos regenera y nos hace capaces de amar. Jesús desea que el Espíritu Santo estalle como el fuego en nuestro corazón, porque sólo partiendo del corazón el incendio del amor divino podrá extenderse y hacer progresar el Reino de Dios. No parte de la cabeza, parte del corazón. Y por eso Jesús quiere que el fuego entre en nuestro corazón. Si nos abrimos completamente a la acción de este fuego que es el Espíritu Santo, Él nos donará la audacia y el fervor para anunciar a todos a Jesús y su confortante mensaje de misericordia y salvación, navegando en alta mar, sin miedos. Cumpliendo su misión en el mundo, la Iglesia —es decir, todos los que somos la Iglesia— necesita la ayuda del Espíritu Santo para no ser paralizada por el miedo y el cálculo, para no acostumbrarse a caminar dentro de confines seguros. Estas dos actitudes llevan a la Iglesia a ser una Iglesia funcional, que nunca arriesga. En cambio, la valentía apostólica que el Espíritu Santo enciende en nosotros como un fuego nos ayuda a superar los muros y las barreras, nos hace creativos y nos impulsa a ponernos en marcha para caminar incluso por vías inexploradas o incómodas, dando esperanzas a cuantos encontramos. (Ángelus, 14 agosto 2016)