Última semana de noviembre para darte gracias por todo lo recibido (nuestras alegrías y nuestras tristezas, nuestras satisfacciones e incluso nuestras dificultades) por tu presencia en nuestras vidas y actividades; gracias por todas las personas con las que pudimos compartir y hacerles el bien; gracias por tus bendiciones de cada día, la salud y el bienestar en nuestras familias, nuestros trabajos y actividades diarias.
En esta semana que vamos a iniciar, concédenos un corazón generoso en tiempo y disponibilidad para poder hacer el bien, sobre todo, en la generosidad que tú no muestras hoy en el evangelio; para que como la viuda podamos dar de lo que tenemos, no de lo que nos sobra, porque sabemos que tu bendices y multiplicas lo que generosamente damos desde el corazón. Nuestros sentimientos sean de manos extendidas, de pies ligeros para ir al encuentro de nuestros hermanos, para poderlos levantar en su soledad, en su tristeza, pero, ante todo, para mostrarles nuestro corazón alegre y esperanzador. Bendícenos, guárdanos y protégenos en nuestras actividades y concédenos caminar a tu lado en este día y en esta semana. Amén.
Un muy feliz y alegre día y una muy feliz y santa semana para todos. Siempre recordemos: hay más alegría en dar que en recibir. Seamos generosos de corazón.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
«Me gusta ver aquí, en esta mujer, una imagen de la Iglesia». En cierto sentido la Iglesia «es un poco viuda, porque espera a su Esposo que volverá». Cierto, «tiene a su Esposo en la Eucaristía, en la Palabra de Dios, en los pobres: pero espera que regrese». (…) ¿Qué es lo que impulsa al Papa a «ver en esta mujer la figura de la Iglesia»? El hecho de que «no era importante: el nombre de esta viuda no aparecía en los periódicos, nadie la conocía, no tenía títulos... nada. Nada. No brillaba con luces propias». Y la «gran virtud de la Iglesia» debe ser precisamente la «de no brillar con luz propia», sino reflejar «la luz que viene de su Esposo». Tanto más que «a lo largo de los siglos, cuando la Iglesia quiso tener luz propia, se equivocó». (…)
«todos los servicios que realizamos» le sirven a ella para «recibir esa luz». Cuando a un servicio le falta esta luz «no está bien», porque «hace que la Iglesia se haga rica, o poderosa, o que busque el poder, o que se equivoque de camino, como sucedió muchas veces en la historia, y como sucede en nuestra vida cuando queremos tener otra luz, que no es precisamente la del Señor: una luz propia». (…) Cuando la Iglesia, es «humilde» y «pobre», y también cuando «confiesa sus miserias —que, además, todos las tenemos— la Iglesia es fiel». Es como si ella dijera: «Yo soy oscura, pero la luz me viene de allí». Y esto, añadió el Pontífice, «nos hace mucho bien». Entonces «recemos a esta viuda que está en el cielo, seguro», a fin de que «nos enseñe a ser Iglesia de ese modo», renunciando a «todo lo que tenemos» y a no tener «nada para nosotros» sino «todo para el Señor y para el prójimo». Siempre «humildes» y «sin gloriarnos de tener luz propia», sino «buscando siempre la luce que viene del Señor». (Santa Marta, 24 de noviembre de 2014)