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25-sep.-2024, miércoles de la 25.ª semana del Tiempo Ordinario

«No me des pobreza ni riqueza; concédeme solamente el pan necesario»

Se disipan las sombras de la noche y los rayos del sol nos anuncian un nuevo día. Gracias, Señor, por este despertar, que lo hacemos en medio de nuestra felicidad, sabiendo que nos regalas un día más de vida para vivirlo y poder proclamar tu amor y tu misericordia; un día para seguir amando y seguir sirviendo. Ayúdanos a comprender qué es lo verdaderamente es necesario e importante para nuestra vida: que no es tener nuestros bolsillos o nuestros bolsos llenos de cosas a veces innecesarias y que no vamos a utilizar durante el día, sino que llevemos nuestro corazón lleno de tu amor, de tu bondad y de tantas cosas buenas para poder proclamar las maravillas de tu amor a nuestros hermanos; que no necesitamos llevar en la bolsa de nuestro corazón más que nuestros sentimientos y ante todo tu presencia. Confiamos en ti, para saber que el Reino se anuncia por sí mismo. 

El amor no se transmite mediante libros ni mediante escritas reflexiones. El amor se transmite amando, haciendo que aquellos con los que nos encontramos sientan y experimenten tu amor en nuestra forma de proceder. Que hoy tengamos claro que lo esencial de tu mensaje se entrega de persona a persona, en el testimonio de vida, en el servicio desinteresado por el bien de nuestros hermanos. En el libro de Proverbios encontramos esta petición: «No me des pobreza ni riqueza; concédeme solamente el pan necesario». La mayor riqueza será tu amor y tu presencia y el pan necesario las palabras esperanzadoras y optimistas que podamos compartir. Danos tu bendición y tu presencia hoy y siempre. Amén. 

Un muy esperanzador y optimista miércoles para todos. 

PALABRAS DEL SANTO PADRE

Este episodio evangélico se refiere también a nosotros, y no solo a los sacerdotes, sino a todos los bautizados, llamados a testimoniar, en los distintos ambientes de vida, (…) Ningún cristiano anuncia el Evangelio «por sí», sino solo enviado por la Iglesia que ha recibido el mandado de Cristo mismo. Es precisamente el bautismo lo que nos hace misioneros. Un bautizado que no siente la necesidad de anunciar el Evangelio, de anunciar a Jesús, no es un buen cristiano. La segunda característica del estilo del misionero es, por así decir, un rostro, que consiste en la pobreza de medios. Su equipamiento responde a un criterio de sobriedad. (…) El Maestro les quiere libres y ligeros, sin apoyos y sin favores, seguros solo del amor de Él que les envía, fuerte solo por su palabra que van a anunciar. (…) No eran funcionarios o empresarios, sino humildes trabajadores del reino. Tenían este rostro. Y a este «rostro» pertenece también la forma en la que es acogido el mensaje: puede, de hecho, suceder no ser escuchados o acogidos (cf. v. 11). También esto es pobreza: la experiencia del fracaso. La situación de Jesús, que fue rechazo y crucificado, prefigura el destino de su mensajero. Y solo si estamos unidos a Él, muerto y resucitado, conseguimos encontrar la valentía de la evangelización.  (Ángelus, 15 de julio de 2018)

Autor:
José Hernando Gómez Ojeda, pbro.