Alegre amanecer y feliz despertar en este último día de nuestro mes de junio que lo hemos dedicado a tu Sagrado Corazón. Gracias, Señor, porque ahora comenzamos a recoger la cosecha de lo que hemos sembrado durante estos treinta días. Hemos tenido alegrías y compartido felicidades; momentos difíciles, que también los hemos podido compartir, Porque hemos salido adelante contando con la esperanza que tú estuviste a nuestro lado y nos mostraste el camino del amor y del servicio; muchísimas satisfacciones, porque hemos podido servir a nuestros hermanos. gracias señor por esta palabra que diariamente nos va mostrando el camino para hacer tu voluntad. Ahora, Señor, permítenos seguir descansando para iniciar con fuerza este mes que iniciaremos y lo haremos con este mandato divino: «Tú sígueme». Que nuestro seguimiento sea generoso y cumplidor de lo que tú esperas de cada uno de nosotros, en este mes que iniciaremos. Te damos gracias, Señor, te bendecimos, te adoramos y te glorificamos. Bendícenos y guárdanos en tu amor y en tu bondad.
Meditación del Papa
Quien lee atentamente el texto descubre que las Bienaventuranzas son como una velada biografía interior de Jesús, como un retrato de su figura. Él, que no tiene donde reclinar la cabeza, es el auténtico pobre; Él, que puede decir de sí mismo: Venid a mí, porque soy sencillo y humilde de corazón, es el realmente humilde; Él es verdaderamente puro de corazón y por eso contempla a Dios sin cesar. Es constructor de paz, es aquel que sufre por amor de Dios: en las Bienaventuranzas se manifiesta el misterio de Cristo mismo, y nos llaman a entrar en comunión con Él. Pero precisamente por su oculto carácter cristológico las Bienaventuranzas son señales que indican el camino también a la Iglesia, que debe reconocer en ellas su modelo; orientaciones para el seguimiento que afectan a cada fiel, si bien de modo diferente, según las diversas vocaciones. Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, primera parte, p. 36.