Alegre despertar en esta mañana, que la iniciamos con unas palabras hermosas de nuestro salmo 51: «Hazme oír el gozo y la alegría, afiánzame con espíritu generoso, renuévame por dentro con espíritu firme». Señor, nadie te puede acusar de no hablar claro. Tú nos prometes la salvación, la vida eterna, la santidad, la alegría; a cambio nos pides aceptar la propia cruz. Esa cruz que es tan fácil de dejar, pero tan difícil de asumir.
Muchas veces, a falta del encuentro personal contigo, vivimos como queremos y no deseamos ni siquiera oír hablar de cruces. Porque para dejar todo, tomar la cruz y seguirte es necesario primero haber tenido un encuentro personal contigo. Nos has mirado, nos has tendido la mano y nos has dicho «ven y sígueme», pero no es tan fácil dejar nuestras seguridades e ir en pos de ti, sin titubeos y con fidelidad. Para eso necesitamos conocer de qué medios disponemos y hasta dónde podemos llegar, no solo con nuestras fuerzas sino con la guía y la asistencia del Espíritu Santo.
Hemos aceptado tu invitación a ser discípulos tuyos. Estamos dispuestos a vivir con alegría y esperanza, sin temor ni desaliento. Danos la fuerza de tu Espíritu para tomar en serio nuestra fe y aceptar con todas sus consecuencias nuestra misión en la vida. No permitas, Señor, que los apegos de esta vida nos alejen de tu verdadero amor. Que el único apego sea el amor a ti y el servicio desinteresado a nuestros hermanos. Bendícenos abundantemente en este día, ahora y siempre. Amén.
Feliz y generoso miércoles, vivido en cálculos espirituales y amorosa renuncia a lo que se opone al amor de Dios.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
El discípulo de Jesús renuncia a todos los bienes porque ha encontrado en Él el Bien más grande, en el que cualquier bien recibe su pleno valor y significado (…) Para explicar esta exigencia, Jesús usa dos parábolas: la de la torre que se ha de construir y la del rey que va a la guerra. (…) Aquí, Jesús no quiere afrontar el tema de la guerra, es sólo una parábola. Sin embargo, en este momento en el que estamos rezando fuertemente por la paz, esta palabra del Señor nos toca en lo vivo, y en esencia nos dice: existe una guerra más profunda que todos debemos combatir. Es la decisión fuerte y valiente de renunciar al mal y a sus seducciones y elegir el bien, dispuestos a pagar en persona: he aquí el seguimiento de Cristo, he aquí el cargar la propia cruz. Esta guerra profunda contra el mal. ¿De qué sirve declarar la guerra, tantas guerras, si tú no eres capaz de declarar esta guerra profunda contra el mal? No sirve para nada. No funciona... Esto comporta, entre otras cosas, esta guerra contra el mal comporta decir no al odio fratricida y a los engaños de los que se sirve (…) Estos son los enemigos que hay que combatir, unidos y con coherencia, no siguiendo otros intereses si no son los de la paz y del bien común. (Ángelus, 8 de septiembre de 2013)