Pasar al contenido principal

9-oct.-2024, miércoles de la 27.ª semana del Tiempo Ordinario

Jesús, no está celoso de su intimidad con el Padre, sino que ha venido precisamente para introducirnos en esta relación. Y así se convierte en maestro de oración.

En la claridad de un nuevo despertar, e iniciando el día en tu nombre, nos disponemos a realizar nuestras las actividades con alegría y con generosidad. Pero antes y lo más importante es ponernos en tus manos para agradecerte por el don de la vida, el don de la salud, el don de la familia, por tantas cosas, Señor, y lo hacemos por medio de nuestra oración salida del corazón. Una oración en la que tú nos enseñas cómo pedir al Padre Celestial desde el corazón y desde la sencillez de nuestras palabras, acudir a los sentimientos tuyos y los sentimientos de él, para que escuche nuestra súplica confiada; que ojalá nuestra vida transcurra según tu querer y según el querer del Padre celestial para poder hacer su voluntad, como reza la oración que nos enseñaste, la oración que nos acerca al amor del Padre celestial. 

Gracias, Señor, por enseñarnos orar y gracias ante todo por este día que iniciaremos en tu santo nombre. Ayúdanos a crecer espiritualmente, porque queremos seguir escuchando tu palabra, y mantennos en constante diálogo contigo para que nosotros seamos también capaces de diálogo con nuestros hermanos. Que la oración sea para nosotros una fuente de compromiso que nunca se seque ni se marchite. Amén.

Un muy feliz miércoles, bendecidos en el amor y la entrega. 

PALABRAS DEL SANTO PADRE

Jesús rezaba como reza cada hombre en el mundo. Y, sin embargo, en su manera de rezar, también había un misterio encerrado, algo que seguramente no había escapado a los ojos de sus discípulos si encontramos en los evangelios esa simple e inmediata súplica: «Señor, enséñanos a rezar» (Lc 11,1). Ellos veían que Jesús rezaba y tenían ganas de aprender a rezar: “Señor, enséñanos a rezar”. Y Jesús no se niega, no está celoso de su intimidad con el Padre, sino que ha venido precisamente para introducirnos en esta relación con el Padre. Y así se convierte en maestro de oración para sus discípulos, como ciertamente quiere serlo para todos nosotros. Nosotros también deberíamos decir: “Señor enséñame a rezar. Enséñame”. ¡Aunque recemos quizás desde hace muchos años, siempre debemos aprender! La oración del hombre, este anhelo que nace de forma tan natural de su alma, es quizás uno de los misterios más densos del universo. (…)  lo más hermoso y justo que todos tenemos que hacer es repetir la invocación de los discípulos: “¡Maestro, enséñanos a rezar!”. (Audiencia general, 5 de diciembre de 2018)

Autor:
José Hernando Gómez Ojeda, pbro.