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10-ago.-2024, sábado de la 18.ª semana del Tiempo Ordinario

El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará

Al término de una semana más que tú nos concedes y un nuevo amanecer en que confiamos sea bendecido en tu generosidad, nos disponemos a escucharte y cumplir tu voluntad. Tú nos invitas a que seamos para nuestros hermanos, discípulos de tu generosidad y alegría.  Ayúdanos a expresarte nuestra gratitud a ti y a revelar tu bondad compartiendo lo que somos y tenemos con alegría y con toda sinceridad, como el diácono san Lorenzo, que con la entrega de sí mismo se unió a lo que tú hiciste por nosotros.

Tú nos das no solamente lo que necesitamos, sino te entregas totalmente por nosotros.  Que nuestro servicio y entrega, expresen que estamos dispuestos a compartir generosamente sin pedir favor alguno o recompensa.

Los dones que nos das son humildes y sencillos. Tú, que miras las profundidades de nuestro corazón, enséñanos a compartir sin exhibicionismo, para que nuestra mano izquierda no sepa lo que nuestra mano derecha está dando. Que experimentemos suficiente alegría al saber que tú conoces lo que hay en nuestro corazón y en nuestras manos. Permite que nuestra siembra de fe y esperanza sea generosa y nuestra cosecha de amor sea abundante. Que al igual que el grano de trigo sepamos morir a todo lo negativo y demos fruto abundante en obras, servicio y amor. Amén. 

ORACIÓN

Señor, Tú le concediste a san Lorenzo, un valor impresionante para soportar sufrimientos por tu amor, y una generosidad total en favor de los necesitados. Haz que esas dos cualidades las sigamos teniendo todos, con generosidad inmensa para repartir la riqueza que llevamos en el corazón, con nuestros hermanos. Danos la constancia heroica para soportar los males y dolores que tú permites que nos lleguen, pero que luego son felicidad. Amén.

 «El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra generosamente, generosamente cosechará».

«El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará».

Feliz fin de semana. 

PALABRAS DEL SANTO PADRE

Jesús ha llevado al mundo una esperanza nueva y lo ha hecho como la semilla: se ha hecho pequeño, como un grano de trigo; ha dejado su gloria celeste para venir entre nosotros: ha “caído en la tierra”. Pero todavía no era suficiente. Para dar fruto Jesús ha vivido el amor hasta el fondo, dejándose romper por la muerte como una semilla se deja romper bajo tierra. Precisamente allí, en el punto extremo de su abajamiento —que es también el punto más alto del amor— ha germinado la esperanza. Si alguno de vosotros pregunta: “¿Cómo nace la esperanza?”. “De la cruz. Mira la cruz, mira al Cristo Crucificado y de allí te llegará la esperanza que ya no desaparece, esa que dura hasta la vida eterna”. Y esta esperanza ha germinado precisamente por la fuerza del amor: porque es el amor que «todo lo espera. Todo lo soporta» (1 Corintios 13, 7), el amor que es la vida de Dios ha renovado todo lo que ha alcanzado. Así, en Pascua, Jesús ha transformado, tomándolo sobre sí, nuestro pecado en perdón. Pero escuchad bien cómo es la transformación que hace la Pascua: Jesús ha transformado nuestro pecado en perdón, nuestra muerte en resurrección, nuestro miedo en confianza. Es por esto porque allí, en la cruz, ha nacido y renace siempre nuestra esperanza; es por esto que con Jesús cada oscuridad nuestra puede ser transformada en luz, toda derrota en victoria, toda desilusión en esperanza. Toda: sí, toda. La esperanza supera todo, porque nace del amor de Jesús que se ha hecho como el grano de trigo en la tierra y ha muerto para dar vida y de esa vida plena de amor viene la esperanza. Cuando elegimos la esperanza de Jesús, poco a poco descubrimos que la forma de vivir vencedora es la de la semilla, la del amor humilde. (Audiencia general, 12 de abril de 2017)

Autor:
José Hernando Gómez Ojeda, pbro.