Alegre y bendecido despertar el que nos regalas en este domingo, día para adorarte y glorificarte. Te damos gracias por esta semana que está culminando para todos nosotros, día de descanso para reflexionar y pensar en nuestro interior.
La pregunta que nos haces hoy: «¿y ustedes quién dicen que soy yo?» Tu Espíritu Santo es el revelador de tu identidad, de tu misterio Salvador, que sólo buscas nuestra salvación al entregar tu vida para mostrarnos que no es el camino del triunfo ni el del poder el que nos llevará a la mejor versión de nosotros mismos, reconociéndote como Luz, Camino, Verdad y vida. Ahora que te reconocemos, enséñanos a cargar nuestras cruces por el camino de la vida y ayúdanos a afrontar nuestras realidades difíciles de la vida real.
Que sepamos aceptar la oscuridad de la humildad y el sufrimiento como el precio a pagar por la luz y la alegría y seamos definitivamente felices.
Hoy Tú nos preguntas: ¿quién eres para nosotros? ¿qué significas Tú para nosotros? Ayúdanos para llegar a conocerte personalmente, para participar de tu propia vida de entrega hasta el fin y de tu servicio generoso y desinteresado, incluyendo tu cruz.
Que lleguemos a ser tus discípulos y amigos sintiéndote como vida de nuestra vida, y contigo seamos servidores, unos de otros y que aprendamos a afrontar las responsabilidades y dificultades de la vida. Danos la fortaleza para cumplir nuestra propia misión como seguidores tuyos, afrontando con alegría nuestros compromisos de amor, entrega y solidaridad. Danos una fe inmensa para cumplir tu voluntad y expresar desde nuestro corazón la respuesta que Tú esperas oír de nuestros labios: “Tú eres, Señor, nuestro auxilio y escudo, eres nuestro hermano mayor, nuestro guía y amigo, aquel en quien colocamos nuestras alegrías y tristezas, nuestras esperanzas y desencantos, y en quien confiamos, esperamos y glorificamos. Gracias, Señor, porque nos has llamado a servirte y a seguirte. Amén.
Bendecido y glorificado domingo.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
El Señor quiere que sus discípulos de ayer y de hoy establezcan con Él una relación personal, y así lo acojan en el centro de sus vidas. Por este motivo los exhorta a ponerse con toda la verdad ante sí mismos y les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 29). Jesús, hoy, nos vuelve a dirigir esta pregunta tan directa y confidencial a cada uno de nosotros (…) ¿Quién soy yo para ti?». Cada uno de nosotros está llamado a responder, en su corazón, dejándose iluminar por la luz que el Padre nos da para conocer a su Hijo Jesús. Y puede sucedernos a nosotros lo mismo que le sucedió a Pedro, y afirmar con entusiasmo: «Tú eres el Cristo». Cuando Jesús les dice claramente aquello que dice a los discípulos, es decir, que su misión se cumple no en el amplio camino del triunfo, sino en el arduo sendero del Siervo sufriente, humillado, rechazado y crucificado, entonces puede sucedernos también a nosotros como a Pedro, y protestar y rebelarnos porque eso contrasta con nuestras expectativas, con las expectativas mundanas. En esos momentos, también nosotros nos merecemos el reproche de Jesús: «¡Quítate de mi vista, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (v. 33). Hermanos y hermanas, la profesión de fe en Jesucristo no puede quedarse en palabras, sino que exige una auténtica elección y gestos concretos, de una vida marcada por el amor de Dios, de una vida grande, de una vida con tanto amor al prójimo. Jesús nos dice que, para seguirle, para ser sus discípulos, se necesita negarse a uno mismo (cf. v. 34), es decir, los pretextos del propio orgullo egoísta y cargar con la cruz. (Ángelus, 16 de septiembre de 2018)