Señor, llegamos a la mitad del mes y hemos iniciado con mucha fe y esperanza este camino de nueve días para ansiar tu llegada y esperando que sea en nuestros corazones, en nuestros hogares y nuestras familias. Pero, algunas veces sentimos momentos de interrogarnos: ¿Cómo es que, con todas las cosas buenas que tú nos das, estamos con tanta frecuencia tan tristes y afligidos? Tenemos el regalo de nuestras familias, nuestros amigos, tenemos nuestra fe, te tenemos a TI como nuestro compañero de camino, nuestra luz y nuestro guía en la vida, tenemos al Espíritu Santo para iluminar, tenemos un Padre en el cielo que se preocupa por nosotros. Alegrémonos, porque tú estás cerca. Alegrémonos, porque tú estás aquí. Regocijémonos, aquí estás con nosotros Señor. Ahora contigo podemos dar gracias sinceras al Padre. Hoy, nos regalas la alegría como un don tuyo y por medio de san Pablo nos invitas a estar alegres y a regocijarnos en tu amor, con palabras tan hermosas como las de María en el Magnificat: «proclama mi alma, las grandezas del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador», o las De Isaías «Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios». Deben ser palabras que nos ayuden para saber vivir este tiempo en felicidad verdadera, en espíritu de reconciliación, de generosidad y de paciencia.
Ayúdanos, Señor, a ser la voz que clama en el desierto de nuestra esperanza para prepararte un lugar verdaderamente digno en cada uno de nuestros corazones. Gracias, Señor, por enseñarnos que el verdadero espíritu de la Navidad está en amar, ser generosos y disponibles a la necesidad de nuestros hermanos.
En este segundo día de novena: Seamos lámparas que iluminamos alegremente el camino de los demás. En nuestro tercer Domingo de adviento, encendamos la tercera vela y procuremos que nuestra semilla no caiga entre zarzas y espinos, sino en tierra de alegría y esperanza.
Feliz domingo vivido en unidad y verdadera alegría. “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión”.