Último día de esta semana laboral que nos has regalado, Señor, y no podemos decir más que ¡gracias! Gracias por la vida, la salud, la familia, nuestras actividades y las personas con las que pudimos compartir este tiempo. En algunos días estuvimos como el paralítico y fueron difíciles y un poco complicados, pero siempre tuvimos la seguridad de que Tú llevabas nuestra camilla. Al igual que el paralítico puede caminar, ponerse de pie y moverse como una persona que recibe perdón y que puede alzarse de la parálisis del pecado. ¿No podríamos nosotros también dar “señales” a la gente que nos rodea de que Tú estás vivo en nosotros? que, así como nos sacas de nuestras parálisis, Tú también los levantas a ellos y juntos alzamos eficazmente las camillas de nuestros hermanos y nos llenamos de fe. Sabemos que no todo es fácil y que muchas veces nuestra esperanza de ayuda tiene que pasar por los obstáculos de subir al techo y descolgar a nuestros hermanos para que lleguen a Ti. Danos la fortaleza y la fe para no desfallecer ni desanimarnos ante las dificultades, porque cuando nos acercamos confiadamente a Ti, desaparecen los fardos pesados de las angustias y desesperanzas y todo se hace ligero. En Ti está puesta nuestra confianza. A Ti la gloria y la alabanza Señor. Te glorificamos y te damos gracias. Amén.
Nuestra Madre Santísima nos llene de su bondad y su ternura y siga intercediendo por nosotros. Un muy santificado y esperanzador viernes para todos.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
Jesús abre los brazos de par en par a los pecadores. Cuánta gente perdura también hoy en una vida equivocada porque no encuentra a nadie dispuesto a mirarlo o mirarla de manera diferente, con los ojos, mejor, con el corazón de Dios, es decir mirarlos con esperanza. Jesús en cambio ve una posibilidad de resurrección incluso en quien ha acumulado muchas elecciones equivocadas. Jesús siempre está allí, con el corazón abierto; abre de par en par esa misericordia que tiene en el corazón; perdona, abraza, entiende, se acerca: ¡así es Jesús!
A veces olvidamos que para Jesús no se ha tratado de un amor fácil, a bajo precio. Los Evangelios conservan las primeras reacciones negativas hacia Jesús precisamente cuando Él perdonó los pecados de un hombre (cf. Marcos 2, 1-12). Era un hombre que sufría doblemente: porque no podía caminar y porque se sentía «equivocado». Y Jesús entiende que el segundo dolor es más grande que el primero, hasta tal punto que le acoge enseguida con un anuncio de liberación: «Hijo, tus pecados te son perdonados» (v. 5). Libera esa sensación de opresión de sentirse equivocado. (…) Nosotros que estamos acostumbrados a experimentar el perdón de los pecados, quizás demasiado «a buen precio», deberíamos recordar de vez en cuando cuánto hemos costado al amor de Dios. Cada uno de nosotros ha costado bastante: ¡la vida de Jesús! (Audiencia general, 9 de agosto de 2017)