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18-ago.-2024, domingo de la 20.ª semana del Tiempo Ordinario

¿Cómo dar de comer a quienes no tenemos hambre? Tú quieres saciar el hambre de aquellos que te seguimos.

Gracias te damos en este día que nos regalas de descanso prolongado y que nos ayuda a reparar nuestras fuerzas físicas y espirituales. Hoy te bendecimos y te glorificamos por el alimento que nutre nuestro espíritu y nos guía por sendas de amor y de servicio. Pero también hacemos esta pregunta interior: ¿Cómo dar de comer a quienes no tenemos hambre? Tú quieres saciar el hambre de aquellos que te seguimos. Por eso partes, multiplicas, bendices y repartes el pan, pero quieres hacernos comprender que Tú eres verdadero pan vivo que ha bajado del cielo. Comer tu cuerpo y beber tu sangre es signo de comulgar con la palabra que predicas con tu vida.  «Vengan, la mesa está lista». En nuestros hogares esta es la invitación que nos reúne a todos juntos como familia para compartir nuestro alimento y nuestro amor: “Vengan, la mesa está preparada”. Es la invitación que Tú nos haces para la eucaristía. Tú tomas nuestro pan y lo conviertes en el signo de la donación de ti mismo: «Tomen y coman todos de él: porque esto es mi cuerpo»; esto soy yo mismo que me entrego por ustedes. Permítenos que nos sentemos a tu mesa para partir y comer tu pan, y aprendamos a convertirnos en el alimento y bebida de vida, fe, esperanza y alegría para nuestros hermanos. La verdadera sabiduría nos impulsa a acercarnos a tu mesa para buscar tu fuerza. Acompáñanos en este camino de vida y amor. Y bendícenos para que vayamos en el camino hacia Dios y hacia los hermanos, fortalecidos espiritualmente en tu amor y tu bondad. 

Que sea un domingo compartido y bendecido, vivido fraternalmente y sobre todo en torno a la mesa familiar. 

PALABRAS DEL SANTO PADRE

«Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (v. 53). Aquí junto a la carne aparece también la sangre. Carne y sangre en el lenguaje bíblico expresan la humanidad concreta. La gente y los mismos discípulos instituyen que Jesús les invita a entrar en comunión con Él, a «comer» a Él, su humanidad para compartir con Él el don de la vida para el mundo. ¡Mucho más que triunfos y espejismos exitosos! Es precisamente el sacrificio de Jesús lo que se dona a sí mismo por nosotros. Este pan de vida, sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, viene a nosotros donado gratuitamente en la mesa de la eucaristía. En torno al altar encontramos lo que nos alimenta y nos sacia nuestra sed espiritualmente, hoy y para la eternidad. Cada vez que participamos en la santa misa, en un cierto sentido, anticipamos el cielo en la tierra, porque del alimento eucarístico, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, aprendemos qué es la vida eterna. Esta es vivir por el Señor: «el que me coma vivirá por mí» (v. 57), dice el Señor. La eucaristía nos moldea para que no vivamos solo por nosotros mismos, sino por el Señor y por los hermanos. La felicidad y la eternidad de la vida dependen de nuestra capacidad de hacer fecundo el amor evangélico que recibimos en la eucaristía. (…) Nutriéndonos con este alimento podemos entrar en plena sintonía con Cristo, como sus sentimientos, con sus comportamientos. Esto es muy importante: ir a misa y comunicarse, porque recibir la comunión es recibir este Cristo vivo, que nos transforma dentro y nos prepara para el cielo. (Ángelus, 19 de agosto de 2018)

Autor:
José Hernando Gómez Ojeda, pbro.