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19-nov.-2022 sábado de la 33.ª semana del Tiempo Ordinario

 «No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos» (Lc 20, 38)

Iniciamos nuestras actividades de este sábado con esperanzas y con la fortuna de poderte dar gracias por el don de la vida. Permítenos hasta el final realizar la voluntad del Padre celestial y llenar nuestros corazones de sabiduría para comprender tu Palabra. Señor, no sabemos nada de lo que nos espera del otro lado después de la muerte; lo que sí sabemos es que Tú y el Padre están al otro lado y nos esperan. Y el día que la puerta se abra, es decir el día de nuestra muerte, pasaremos al otro lado y recibiremos con inmenso gozo tu abrazo y el de Dios Padre. Para que eso suceda, Tú quieres que sigamos viviendo más allá aún de la muerte como personas completas, plenamente humanas y, aun así, totalmente transformadas por tu amor que nos hace hijos. Danos la convicción, tranquila pero firme, de que la vida tiene sentido y vale la pena vivirla, porque la muerte no es el final de todo, sino el comienzo de una nueva forma de vivir. Que esta certeza nos anime a compartir nuestra esperanza con los que encuentran muy poco sentido a su vida. Qué hermoso terminar haciendo hoy una obra de misericordia, llevando palabras de fe, optimismo y esperanza.

Feliz fin de semana, compartido y vivido en armonía. Feliz sábado.

Reflexión Papa Francisco

Al decir Jesús: «No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos» (Lc 20, 38), revela el verdadero rostro del Padre, que desea solo la vida de todos sus hijos. La esperanza de renacer a una vida nueva, por tanto, es lo que estamos llamados a asumir para ser fieles a la enseñanza de Jesús. La esperanza es don de Dios. Debemos pedirla. Está ubicada en lo más profundo del corazón de cada persona para que pueda iluminar con su luz el presente, muchas veces turbado y ofuscado por tantas situaciones que conllevan tristeza y dolor. Tenemos necesidad de fortalecer cada vez más las raíces de nuestra esperanza, para que puedan dar fruto... No existe lugar en nuestro corazón que no pueda ser alcanzado por el amor de Dios.

Autor:
José Hernando Gómez Ojeda pbro.