Con un corazón agradecido recibimos este nuevo día de descanso y meditación para pensar en todo lo que nos regalas: tu presencia, tu amor, el don de la vida y nuestra confianza en la oración dirigida al padre celestial. Perdónanos las ocasiones en que no hemos elevado nuestro corazón en gratitud por todo lo recibido y lo que recibiremos.
Hoy nos preguntamos: ¿Ponemos nuestra vida misma en nuestra oración, o sólo recitamos fórmulas, aunque estemos de acuerdo con sus contenidos? Ojalá pudiéramos expresar en oración lo que vivimos, vocear nuestras dificultades, y gritar nuestras alegrías, persistir orando, sin desanimarnos, insistiendo, porque nuestra oración es contra todos los pronósticos, y porque nuestra vida depende de ella, como también depende la vida de justicia y amor. Hoy te pedimos de nuevo: “¡Señor, enséñanos a orar!” y no permitas que las cosas sin importancia nos desanimen. Danos fortaleza y confianza en nuestra oración, para que perseveremos y ante todo confiemos como Tú nos lo dices, que recibiremos todo del Padre celestial si le insistimos. Como la viuda del Evangelio concédenos tu gracia y tu bendición. Nuestra oración debe ser como el dicho popular: INSISTIR, PERSISTIR Y NUNCA DESISTIR. Te damos gracias, Señor, por esos nuevos santos que refuerzan nuestra fe y reavivan nuestra esperanza, especialmente el doctor san José Gregorio Hernández. Amén.
Un muy feliz y descansado Domingo.
LAS PALABRAS DE LOS PAPAS
«cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc 18,8). Sería como decir: cuando venga al final de la historia —pero, podemos pensar, también ahora, en este momento de la vida— ¿encontraré un poco de fe en vosotros, en vuestro mundo? Es una pregunta seria. Imaginemos que el Señor viene hoy a la tierra: vería, lamentablemente, muchas guerras, mucha pobreza, muchas desigualdades, y al mismo tiempo grandes conquistas de la técnica, medios modernos y gente que va siempre deprisa, sin detenerse nunca; ¿pero encontraría quien le dedique tiempo y afecto, quien lo ponga en el primer lugar? Y sobre todo preguntémonos: ¿qué encontraría en mí el Señor si viniera hoy, qué encontraría en mí, en mi vida, en mi corazón? ¿Qué prioridades de mi vida vería?
Nosotros, a menudo, nos concentramos sobre muchas cosas urgentes, pero no necesarias, nos ocupamos y nos preocupamos de muchas realidades secundarias; y quizá, sin darnos cuenta, descuidamos lo que más cuenta y dejamos que nuestro amor por Dios se vaya enfriando, se enfríe poco a poco. Hoy Jesús nos ofrece el remedio para calentar una fe tibia. ¿Y cuál es el remedio? La oración. La oración es la medicina de la fe, el reconstituyente del alma. Pero es necesario que sea una oración constante. (…) Pensemos en una planta que tenemos en casa: tenemos que nutrirla con constancia cada día, ¡no podemos empaparla y después dejarla sin agua durante semanas! (Francisco – Ángelus (16 de octubre de 2022)
Reflexión del Evangelio escrita por Pbro. Ernesto María Caro.
En el texto que leemos hoy, San Lucas nos presenta un pasaje contado por Jesús, que tiene dos momentos, el primero referido a orar sin descanso, sabiendo que el Señor nos dará lo que queremos, pero que nuestra oración debe ser constante; por otro lado, nos lanza, al parecer sin relación alguna con lo anterior, la pregunta “Cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe sobre la tierra?”.
Es pues necesario orar insistentemente a Dios, para que Él mande trabajadores a su mies: hombres y mujeres que quieran consagrar su vida a la predicación de la Palabra y, sobre todo, a hacer presente a Jesús en los altares mediante la Eucaristía.
Ambas cosas son indispensables si realmente queremos que, cuando regrese Jesús, haya fe sobre la tierra, es por ello necesario orar sin descanso con esta intención; la oración constante hará que el Señor nos envíe más sacerdotes, así como consagrados y consagradas que quieran entregar su vida al ministerio que hace posible la transformación del corazón.
Oremos, pues, y pidamos al Señor con fe que nos mande más obreros para su mies. Recuerda, Jesús nos invita hoy a recordar que las vocaciones, especialmente las consagradas, necesitan de nuestra oración para que el corazón de los llamados acepte y lo sigan.