“Una mañana el sembrador salió a los campos para sembrar.
Una mañana el Sembrador sembró en mi vida su bondad.
Cada mañana el sembrador sembrando está en mi corazón.
Cada mañana el sembrador espera el trigo de mi amor”.
Con las palabras de este bello canto y llenos de esperanza saludamos este día, este nuevo amanecer, porque —al igual el sembrador que sale a sembrar— vamos con el corazón lleno de fe y de esperanza para que esa siembra dé una cosecha abundante.
Así es nuestra vida. El Señor nos la regala para que en el corazón sembremos palabras de amor, de aliento y de consuelo. Cada mañana el sembrador sale para sembrar la vida de cada uno de nosotros; es también la vida del sembrador. Salimos a sembrar ilusiones para que al caer de la tarde cosechemos esperanzas. Gracias, Señor, por darnos la ocasión de llevar en nuestro corazón el servicio, la solidaridad y la fraternidad, las manos extendidas para abrazar al hermano en soledad o en tristeza; para abrazar transmitiendo el calor de la bondad que tú nos regalas. Ojalá nuestro terreno —nuestro corazón— sea tierra buena para sembrar allí la unidad y la armonía como frutos del ciento por uno. Gracias, Señor, por este día y lo que nos concederás a través de esta jornada. Te alabamos, te bendecimos, te glorificamos y te damos gracias. Amén.
Un muy feliz y prometedor miércoles de frutos abundantes.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
La parábola del sembrador es un poco la “madre” de todas las parábolas, porque habla de la escucha de la Palabra. Nos recuerda que la Palabra de Dios es una semilla que en sí misma es fecunda y eficaz; y Dios la esparce por todos lados con generosidad, sin importar el desperdicio. ¡Así es el corazón de Dios! Cada uno de nosotros es un terreno sobre el que cae la semilla de la Palabra, ¡sin excluir a nadie! La Palabra es dada a cada uno de nosotros. Podemos preguntarnos: yo, ¿qué tipo de terreno soy? ¿Me parezco al camino, al pedregal, al arbusto? Pero, si queremos, podemos convertirnos en terreno bueno, labrado y cultivado con cuidado, para hacer madurar la semilla de la Palabra. Está ya presente en nuestro corazón, pero hacerla fructificar depende de nosotros, depende de la acogida que reservamos a esta semilla. A menudo estamos distraídos por demasiados intereses, por demasiados reclamos, y es difícil distinguir, entre tantas voces y tantas palabras, la del Señor, la única que hace libre. Por esto es importante acostumbrarse a escuchar la Palabra de Dios, a leerla. Y vuelvo, una vez más, a ese consejo: llevad siempre con vosotros un pequeño Evangelio, una edición de bolsillo del Evangelio, en el bolsillo, en el bolso… Y así, leed cada día un fragmento, para que estéis acostumbrados a leer la Palabra de Dios, y entender bien cuál es la semilla que Dios te ofrece, y pensar con qué tierra la recibo. (Ángelus, 12 de julio de 2020)