Gracias, Señor, grita nuestro corazón en esta mañana: gracias por la vida, por la salud, por la familia, porque tenemos con quien compartir, a quien abrazar y a quien amar; porque podemos reír y gozar, por la felicidad. Por todo, gracias, Señor. Pero tenemos que reconocer con vergüenza que no todo es felicidad y que con frecuencia nos hemos preferido a nosotros mismos, nuestros intereses, ideas y bienestar más que los tuyos y de nuestros hermanos. Tú siempre pones ante nosotros lo bueno y lo malo, tu palabra y nuestros modos de vida y nos mandas elegir entre los dos. Tú te pones delante de nosotros a ti mismo y a tus mensajes de vida y nos preguntas: ¿Tú también quieres abandonarme? No lo permitas de ninguna manera, porque sabemos que tú nos aceptas y nos perdonas. Danos la gracia de aceptarte a ti con todo nuestro corazón y cumplir tu voluntad. Perdónanos por nuestras dudas y vacilaciones y por nuestra tibieza en nuestros esfuerzos para seguirte. Como Pedro tenemos que decirte: Señor, ¿a quién iremos, pues tú tienes el mensaje de vida eterna? ¿a quién iremos, si tú vienes con nosotros en nuestro cansado caminar a través de la vida? ¿a quién iremos, si tú estás aquí en medio de nosotros con tu amor y tu paciente perdón? Perdónanos nuestras debilidades y vacilaciones, nuestros pecados. Danos una fe viva, movida por el amor y que nunca dudemos de tu bondad y misericordia. Ayúdanos, Señor, a recordar las palabras de Pedro en los momentos de dificultad y debilidad espiritual, cuando sentimos la tentación de abandonarte, de entregarnos a una vida cómoda y descomprometida, cuando todo se nos hace difícil, que estas palabras se conviertan en nuestra oración: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna». En ellas y en tu gracia encontraremos la fuerza para volver a empezar. Amén.
Muy feliz y alentador Domingo y compartido descanso en familia.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
Pedro hace su confesión de fe en nombre de los otros Apóstoles: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de Vida eterna» (v. 68). No dice: «¿dónde iremos?», sino «¿a quién iremos?». El problema de fondo no es ir y abandonar la obra emprendida, sino a quién ir. De esa pregunta de Pedro, nosotros comprendemos que la fidelidad a Dios es una cuestión de fidelidad a una persona, a la cual nos adherimos para recorrer juntos un mismo camino. Y esta persona es Jesús. Todo lo que tenemos en el mundo no sacia nuestra hambre de infinito. ¡Tenemos necesidad de Jesús, de estar con Él, de alimentarnos en su mesa, con sus palabras de vida eterna! Creer en Jesús significa hacer de Él el centro, el sentido de nuestra vida. Cristo no es un elemento accesorio: es el «pan vivo», el alimento indispensable. Adherirse a Él, en una verdadera relación de fe y de amor, no significa estar encadenados, sino ser profundamente libres, siempre en camino. Cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿quién es Jesús para mí? ¿Es un nombre, una idea, es solamente un personaje histórico? O ¿es verdaderamente esa persona que me ama, que ha dado su vida por mí y camina conmigo? Para ti, ¿quién es Jesús? En silencio, que cada uno responda en su corazón. (Ángelus, 23 de agosto de 2015)