Último día en el segundo mes de nuestro año 2024. Estos días grises y complicados nos han dado la ocasión de crecer en fe y en esperanza. Es el momento para abrir nuestro corazón y darte gracias, Señor, por todo lo recorrido durante sus 29 días, por todo lo recibido y lo compartido, por todos los momentos vividos; momentos de alegría, momentos de felicidad, momentos difíciles, pero que también siguen formando parte de nuestras vidas.
Hoy en tu palabra encontramos unas hermosas palabras en el libro de Jeremías: «bendito quien confía en el Señor y pone en él su confianza», como Lázaro, que se entregó confiadamente al amor de Dios y —a pesar de todas sus dificultades, los momentos de hambre y de indiferencia— nunca desconfió de la voluntad del Padre y celestial.
Señor, nuestro camino cuaresmal nos lleva también a confiar en ti, a esperar; nos revela cómo la auténtica esperanza está en la capacidad de ir más allá de las presiones y dificultades para encontrar nuestro bienestar, abriéndonos así a una esperanza nueva. Ayúdanos a salir de nosotros mismos buscando el amor en nuestros hermanos, acogiéndolos y siendo solidarios en todo momento. Bendícenos, guárdanos y protégenos para que este último jueves de febrero sea bendecido en tu amor y tu bondad. Gracias, Señor, porque nos acompañarás y guiarás en camino de servicio y entrega generosa.
No seamos como el rico, lleno de indiferencia y egoísmo. Te abrazo y te bendigo.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
¡Ignorar al pobre es despreciar a Dios! Esto debemos aprenderlo bien: ignorar al pobre es despreciar a Dios. Hay un particular en la parábola que cabe señalar: el rico no tiene un nombre, sino sólo el adjetivo: «el rico», mientras que el del pobre se repite cinco veces, y «Lázaro» significa «Dios ayuda». Lázaro, que se halla ante la puerta, es una llamada viviente al rico para que se acuerde de Dios, pero el rico no acoge esta llamada. Será condenado por lo tanto no por sus riquezas, sino por haber sido incapaz de sentir compasión por Lázaro y socorrerlo. (…) El rico conocía la Palabra de Dios, pero no la dejó entrar en el corazón, no la escuchó, por eso fue incapaz de abrir los ojos y de tener compasión del pobre. Ningún mensajero y ningún mensaje podrán sustituir a los pobres que encontramos en el camino, porque en ellos nos viene al encuentro el mismo Jesús: «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40), dice Jesús. Así en el cambio de las suertes que la parábola describe se esconde el misterio de nuestra salvación, en que Cristo une la pobreza a la misericordia. (Audiencia general, 18 de mayo de 2016)