En la alegría de un esperanzador amanecer emprendemos el camino señalado de servicio y amor para poder realizar la obra que deseas de cada uno de nosotros. Como siempre, tomas la iniciativa, Señor: «Rema mar adentro», le ordenas a Pedro. Él te presenta la objeción del fracaso de toda la noche, pero tú le insistes y la pesca es desbordante. Fruto de la confianza en ti, Señor. De nuevo, Pedro reconoce sus limitaciones: «Soy pecador». Al fin, triunfa tu gracia: «Te haré pescador de hombres».
«Rema mar adentro» es un grito de audacia y esperanza. Tú nos envías, tu palabra nos cambia y da un giro a nuestra vida. Cuando Pedro se proclama tan pecador, le respondes —y con él a Santiago y Juan— con la altísima misión de pescador de hombres.
Al contrario que Pedro, te decimos que no te apartes cuando somos pecadores. Queremos sentir cerca el perdón, la liberación y la reconciliación. Como en el publicano, la fragilidad nos suscita el hambre de misericordia. Gracias, Señor, por impulsarnos a seguir remando mar adentro para que, echando las redes, nuestra pesca de fe, esperanza y caridad sea abundante y que podamos recordar que: “Todo comenzó en una frágil barca, en el mar de Galilea”.
Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos.
Un muy feliz y vocacional jueves para todos.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
“Hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada” (v. 5), dice Simón. Cuántas veces también nosotros nos quedamos con una sensación de derrota, mientras la decepción y la amargura surgen en nuestros corazones. Dos carcomas muy peligrosas. ¿Qué hace entonces el Señor? Elige subirse a nuestra barca. Desde allí quiere anunciar el Evangelio al mundo. Precisamente esa barca vacía, símbolo de nuestra incapacidad, se convierte en la “cátedra” de Jesús, en el púlpito desde el que proclama la Palabra. Y esto es lo que le gusta hacer al Señor: el Señor es el Señor de las sorpresas, de los milagros en las sorpresas; subir a la barca de nuestra vida cuando no tenemos nada que ofrecerle; entrar en nuestros vacíos y llenarlos con su presencia; servirse de nuestra pobreza para proclamar su riqueza, de nuestras miserias para proclamar su misericordia. (…) Con Jesús se navega por el mar de la vida sin miedo, sin ceder a la decepción cuando no se pesca nada, y sin ceder al “no hay nada más que hacer”. Siempre, tanto en la vida personal como en la vida de la Iglesia y de la sociedad, se puede hacer algo que sea hermoso y valiente: siempre. Siempre podemos volver a empezar, el Señor siempre nos invita a volver a ponernos en juego porque Él abre nuevas posibilidades. (Ángelus, 6 de febrero de 2022)