Alegre y esperanzador comienzo de día el que nos regalas. Gracias, Señor, por este nuevo amanecer con el cual comenzamos nuestra jornada. Lo hacemos colocados en tus manos porque queremos cumplir la voluntad del Padre celestial y queremos cumplir tu palabra “ve y anuncia el reino de Dios”. Permítenos anunciarlo en esperanza, en alegría y en fe. No permitas que caigamos en negativismos que nos lleven a ser publicanos, creernos justos y juzgar a los demás.
Nuestras propias ideas, nuestras concepciones nos impiden ver las cosas con tus ojos. El primer paso para sentir tu misericordia y tu amor es quitarnos las propias gafas y ponernos las tuyas de modo que podamos verlo todo como Tú lo ves.
Podríamos preguntarnos: ¿juzgo a los demás o los comprendo? ¿acepto las críticas o solamente me gusta criticar? ¿creo que la gente puede cambiar? ¿creo que yo puedo ser mejor? Todas estas preguntas tienen una respuesta inspirada por Ti: “amar y ser amados”. Tú nos invitas a no juzgar ni creernos superiores a los demás. Sentir tu misericordia divina es motivo de alegría, da sentido a la vida y nos permite mirar a nuestros hermanos con los ojos del corazón. Por eso hay que compartir con los demás. No podemos guardarnos para nosotros la felicidad de saber que podemos comenzar de nuevo el camino, porque Tú borras nuestras equivocaciones y nos permites iniciar de nuevo.
Como el pastor que encuentra la oveja y se alegra, como la mujer que encuentra la moneda, alegrémonos y vivamos la felicidad de sabernos tus discípulos y mirar a nuestros hermanos con tus mismos ojos. Amén.
Recodemos: “hablar bien de todos, pensar bien de todos y hacer el bien a todos”.
En alegría y felicidad, vivamos este jueves amando y sirviendo de corazón.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
La fe en Dios pide renovar cada día la elección del bien respecto al mal, la elección de la verdad respecto a la mentira, la elección del amor del prójimo respecto al egoísmo. Quien se convierte a esta elección, después de haber experimentado el pecado, encontrará los primeros lugares en el Reino de los cielos, donde hay más alegría por un solo pecador que se convierte que por noventa y nueve justos (cfr. Lc 15, 7).
Pero la conversión, cambiar el corazón, es un proceso, un proceso que nos purifica de las incrustaciones morales. Y a veces es un proceso doloroso, porque no existe el camino de la santidad sin alguna renuncia y sin el combate espiritual. Combatir por el bien, combatir para no caer en la tentación, hacer por nuestra parte lo que podemos, para llegar a vivir en la paz y en la alegría de las Bienaventuranzas. (…) La conversión es una gracia que debemos pedir siempre: “Señor, dame la gracia de mejorar. Dame la gracia de ser un buen cristiano”. (Ángelus, 27 de septiembre de 2020)