Hermoso amanecer al inicio de esta nueva semana y lo único que tenemos que hacer es darle gracias a Dios por el don de la vida, la fe, la esperanza y la caridad con la que iniciaremos nuestra jornada.
Lo único que te pedimos es que nos regales salud y bienestar para que, con generosidad de corazón, sirvamos a nuestros hermanos, sobre todos los más necesitados. Hoy en tu palabra, nos regalas la gran alegría de ser bienaventurados, no para los momentos difíciles, sino para cada instante de nuestras vidas, donde tú nos llamas a vivir en Esperanza y confianza en ti. Muchas veces sentiremos que nuestra pobreza es la mayor riqueza que llevamos en el corazón porque somos saciados de tu palabra y de tu misericordia.
Ayúdanos para que nuestra semana sea plena de tu amor y de tu ternura. Te damos gracias porque has declarado dichosos a los pobres de espíritu. Concédenos tu Espíritu Santo para vivir el espíritu de pobreza que nos has enseñado en tu montaña santa. Que las bienaventuranzas sean el espíritu de la santidad; de una vida en las manos de tu Padre. Danos la gracia de ser bienaventurados en todos los momentos de nuestra vida, acogiéndonos a tu bondad y misericordia. Bendícenos, guárdanos y protégenos en tu amor, tu misericordia y tu bondad. Un muy feliz y descansado lunes y esperanzador inicio de semana.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
La liturgia (…) nos hace meditar sobre las Bienaventuranzas (cf. Mateo 5, 1-12a), que abren el gran discurso llamado “de la montaña”, la “carta magna” del Nuevo Testamento. Jesús manifiesta la voluntad de Dios de conducir a los hombres a la felicidad. Este mensaje estaba ya presente en la predicación de los profetas: Dios está cerca de los pobres y de los oprimidos y les libera de los que les maltratan. Pero en esta predicación, Jesús sigue un camino particular: comienza con el término “bienaventurados”, es decir felices; prosigue con la indicación de la condición para ser tales; y concluye haciendo una promesa. El motivo de las bienaventuranzas, es decir de la felicidad, no está en la condición requerida —“pobres de espíritu”, “afligidos”, “hambrientos de justicia”, “perseguidos” …— sino en la sucesiva promesa, que hay que acoger con fe como don de Dios. Se comienza con las condiciones de dificultad para abrirse al don de Dios y acceder al mundo nuevo, el “Reino” anunciado por Jesús. No es un mecanismo automático, sino un camino de vida para seguir al Señor, para quien la realidad de miseria y aflicción es vista en una perspectiva nueva y vivida según la conversión que se lleva a cabo. No se es bienaventurado si no se convierte, para poder apreciar y vivir los dones de Dios. (Ángelus, 29 de enero de 2017)