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15-ago.-2025, viernes de la 19.ª semana del T. O.

María (...) fue admitida por Dios para estar (...) al lado del trono de su Hijo. De este modo el Señor derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes

Hoy nos regocijamos y el corazón se llena de alegría. Hoy es la gran fiesta de María, la fiesta de su Pascua, la Asunción de Nuestra Señora. Ella siguió el mismo camino que tú en la tierra, vivió sin reservas las Bienaventuranzas, y ahora comparte tu gloria. Gracias, Señor, porque La Asunción es para nosotros un signo de esperanza ya que también estamos llamados para participar con ella de tu victoria, si es que estamos dispuestos a compartir en la fe humilde y en el servicio a nuestros hermanos. Enséñanos a realizar lo que María hizo en la tierra: Creer en los caminos y en la inspiración del Padre Celestial, aun sin saber lo que el futuro nos deparará. Permítenos Abrirnos a las necesidades de los demás, sirviendo de corazón con humildad y sencillez como lo hizo María en su visita a Isabel. Que podamos proclamar tus maravillas y exaltar las grandezas de tu amor. 

A ti, María, Madre de la ternura y del amor, ahora elevamos nuestras súplicas para pedir tu auxilio y protección, pero ante todo tu intercesión para que nuestra vida vaya en el cumplimiento de la Voluntad de Dios y podamos expresar tus mismas palabras: «He aquí la Esclava del Señor, hágase en mí, según tu palabra». 

En el dogma proclamado por el Papa Pío XII en 1950 que declara: «María fue elevada al cielo en cuerpo y alma», destacando el carácter único de su santificación personal, por su concepción Inmaculada, es un maternidad divina está unida a Jesús en el dolor y en el amor para reparar la culpa de nuestros primeros padres, venciendo el pecado y la muerte y el mal, triunfadora con su resurrección y partícipe en su cuerpo de su gloria celeste, María es madre del redentor y con él medianera y dispensadora de todas las gracias. Amén. 

Bendiciones abundantes en este día

 

ORACIÓN A LA VIRGENCITA 

Alégrate y gózate Hija de Jerusalén, mira a tu Rey que viene a ti, humilde, a darte tu parte en su victoria.

Eres la primera de los redimidos porque fuiste la adelantada de la fe.

Hoy, tu Hijo, te viene a buscar, Virgen y Madre: “Ven, amada mía”, te pondré sobre mi trono, prendado está el Rey de tu belleza. Te quiero junto a mí para consumar mi obra salvadora, ya tienes preparada tu “casa” donde voy a celebrar las Bodas del Cordero

Templo del Espíritu Santo; Arca de la nueva alianza; Horno de barro con pan a punto de mil sabores; Mujer vestida de sol, tú das a luz al Salvador que empuja hacia el nuevo nacimiento.

Dichosa tú que has creído, porque lo que se te ha dicho de parte del Señor, en ti ya se ha cumplido.

María Asunta, signo de esperanza y de consuelo, de humanidad nueva y redimida, danos de tu Hijo ser como tú llenas del Espíritu Santo, para ser fieles a la Palabra que nos llama a ser, también como tú, sacramentos del Reino.

Hoy, tu «sí», María, tu fiat, se encuentra con el «sí» de Dios a su criatura en la realización de su alianza, en el abrazo de un solo «sí». Amén.

Palabra del Papa

Esos días, María corría hacia una pequeña ciudad en los alrededores de Jerusalén para encontrarse con Isabel. Hoy, sin embargo, la contemplamos en su camino hacia la Jerusalén celestial, para encontrar finalmente el rostro del Padre y volver a ver el rostro de su hijo Jesús. Muchas veces en su vida terrena había recorrido zonas montuosas, hasta la última dolorosa etapa del Calvario, asociada al misterio de la pasión de Cristo. Hoy la vemos alcanzar la montaña de Dios, «vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12, 1) —como dice el libro del Apocalipsis— y la vemos cruzar el umbral de la patria celestial.

Ha sido la primera en creer en el Hijo de Dios, y es la primera en ser ascendida al cielo en alma y cuerpo. Fue la primera que acogió y tomó en brazos a Jesús cuando aún era un niño, es la primera en ser acogida en sus brazos para entrar en el Reino eterno del Padre. María, una humilde y sencilla joven de un pueblecito perdido de la periferia del Imperio romano, justamente porque acogió y vivió el Evangelio, fue admitida por Dios para estar en la eternidad al lado del trono de su Hijo. De este modo el Señor derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes (cf. Lc 1, 52). (Ángelus S.S. Papa Francisco, 15 de agosto de 2016)

Oración introductoria

María, madre de Jesús y madre mía, tú escuchaste siempre a tu Hijo. Tú supiste glorificarlo y te llenaste de júbilo al saber reconocer a Dios. Estrella de la mañana, refugio de los pecadores, háblame de Él y muéstrame el camino para seguir a Cristo por el camino de la fe.

Autor:
José Hernando Gómez Ojeda, pbro.