En tus manos de Padre bondadoso nos levantamos e iniciamos nuestra jornada dándote gracias por todo lo que nos regalas, lo necesario para emprender nuestra jornada, pero ante todo lo más valioso: nuestra vida y tu presencia en nuestros corazones.
Danos el valor de ponernos en tus manos en las pruebas de la vida para que veamos tu gloria, que tengamos hambre de lo bueno, lo bello y lo justo para que encontremos la fortaleza que nos regalas en pos de nuestros anhelos y esperanzas.
Señor, tú eres nuestro pan, nuestro alimento, nuestra riqueza, el sentido de nuestras vidas y nos acompañas en el camino de la vida. Te pedimos que sigas nutriéndonos con el pan de tu Cuerpo y el vino de tu Sangre, que nos dan la verdadera vida y calman nuestra sed. Que miremos nuestras vidas con optimismo y pongamos nuestra mirada en ti. Gracias por ser el verdadero y único alimento que perdura y calma nuestras hambres.
Danos la confianza de Esteban y danos tu espíritu para saber defender tu causa y anunciar tu Nombre. Aumenta nuestra fe para que podamos responderte con generosidad y firmeza, especialmente en los momentos de mayor dificultad. Amén.
Un bendecido y fructífero martes de testimonio en el amor y el servicio.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
Jesús no elimina la preocupación y la búsqueda del alimento cotidiano, no, no elimina la preocupación por lo que te puede mejorar la vida. Pero Jesús nos recuerda que el verdadero significado de nuestra existencia terrena está al final, en la eternidad, está en el encuentro con Él, que es don y donador, y nos recuerda también que la historia humana con sus sufrimientos y sus alegrías tiene que ser vista en un horizonte de eternidad, es decir, en aquel horizonte del encuentro definitivo con Él. Y este encuentro ilumina todos los días de nuestra vida. Si pensamos en este encuentro, en este gran don, los pequeños dones de la vida, también los sufrimientos, las preocupaciones serán iluminadas por la esperanza de este encuentro. «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás» (v. 35). Esta es la referencia a la Eucaristía, el don más grande que sacia el alma y el cuerpo. Encontrar y acoger en nosotros a Jesús, «pan de vida», da significado y esperanza al camino a menudo tortuoso de la vida. (Ángelus, 2 de agosto de 2015)