Hoy te damos gracias, Señor; por la vida que alegremente comenzamos en este radiante amanecer, porque en tu bondadosa misericordia nos ayudas para que nuestra jornada sea llena de bendiciones y de disposición. Momento para reflexionar y elevarte nuestra oración.
Ante unos oídos cerrados, no hay palabra que valga. Ante unos oídos acogedores, la Palabra es capaz de transformar nuestros corazones y hacer que produzca frutos para la vida. Sabemos, Señor, que escuchamos tu Palabra y está en nuestras manos abrir nuestros oídos y nuestro corazón para que esa Palabra pueda hacer realidad tu voluntad. Acogerla y aceptar sus exigencias es una buena actitud en nuestra vida, porque ella nos da consuelo en las dificultades y esperanza en la incertidumbre. Sin este alimento de tu Palabra nuestra vida estaría siendo tan infecunda como las rocas, las zarzas o las piedras en el camino en las cuales las semillas no darán frutos sino desilusiones. Permítenos encontrar la verdadera tierra abonada para que en ella sembremos ilusiones y buenas intenciones. Que la semilla produzca una cosecha abundante del ciento por uno.
En humildad y sencillez —como lo dices hoy mismo— queremos escuchar tu palabra porque le has revelado a lo sencillos y humildes de corazón; ese sentimiento amoroso tan grande que tú tienes con cada uno de nosotros. Permítenos, Señor que la humildad y en la sencillez abramos nuestro corazón para escuchar tus divinas palabras y llevarlas a la práctica. Hoy, al celebrar a Nuestra Madre la Virgencita en su advocación de Nuestra Señora del Carmen, que ella nos proteja y nos guarde. Que en su Santo escapulario encontremos protección en el pecho para que no entren la maldad y la enfermedad y en la espalda para que nada negativo nos vaya a sorprender. A ti Celestial Princesa nos acogemos. A ti te alabamos y te damos gracias. Amén.
Un feliz miércoles Mariano sin olvidarnos de alabar al Señor.
LAS PALABRAS DE LOS PAPAS
la acción del Espíritu Santo es la fuente del gozo interior más profundo. Jesús mismo experimentó esta especial “alegría en el Espíritu Santo” cuando pronunció las palabras: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito” (Lc 10, 21; cf. Mt 11, 25-26). En el texto de Lucas y Mateo siguen las palabras de Jesús sobre el conocimiento del Padre por parte del Hijo y del Hijo por parte del Padre: conocimiento que comunica el Hijo precisamente a los “pequeños”. Es, pues, el Espíritu Santo el que da también a los discípulos de Jesús no sólo el poder de la victoria sobre el mal, sobre “los espíritus malignos” (Lc 10, 17), sino también el gozo sobrenatural del descubrimiento de Dios y de la vida en Él mediante su Hijo. La revelación del Espíritu Santo mediante el poder de la acción que llena toda la misión de Cristo acompañará también a los Apóstoles y a los discípulos en la obra que desarrollarán por mandato divino. Se lo anuncia Jesús mismo: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos..., hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8). Aun cuando en el camino de este testimonio hallen persecuciones, cárceles, interrogatorios en tribunales, Jesús asegura: “Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros” (Mt 10, 19-20; cf. Mc 13, 11). Hablan las personas; una fuerza impersonal puede mover, empujar, destruir, pero no puede hablar. El Espíritu, en cambio, habla. Él es el inspirador y el consolador en las horas difíciles de los Apóstoles y de la Iglesia: otra calificación de su acción, otra luz encendida en el misterio de su Persona. (San Juan Pablo II – Audiencia general, 19 de septiembre de 1990)
CONSAGRACIÓN A LA VIRGENCITA DEL CARMEN
¡Oh, María, Reina y Madre del Carmelo! Vengo hoy a consagrarme a Ti, pues toda mi vida es como un pequeño tributo por tantas gracias y beneficios como he recibido de Dios a través de tus manos.
Y porque Tú miras con ojos de particular benevolencia a los que visten tu escapulario, te ruego que sostengas con tu fortaleza mi fragilidad, ilumines con tu sabiduría las tinieblas de mi mente y aumentes en mi la fe, la esperanza y la caridad, para que cada día pueda rendirle el tributo de mi humilde homenaje.
El santo escapulario atraiga sobre mí tus miradas misericordiosas, sea para mi prenda de tu particular protección en luchas de cada día y constantemente me recuerdes el deber de pensar en Ti y revestirme de tus virtudes.
De hoy en adelante me esforzaré por vivir en suave unión con tu espíritu, ofrecerlo todo a Jesús por tu medio y convertir mi vida en imagen de tu humildad, caridad, paciencia, mansedumbre y espíritu de oración.
¡Oh, Madre amabilísima! Sostenme con tu amor indefectible a fin de que a mí —pecador indigno— me sea concedido un día cambiar tu escapulario por el eterno vestido nupcial y habitar contigo y con los santos del Carmelo en el reino de tu Hijo. Amén.