En tu santo nombre, iniciamos nuestra semana y te pedimos que bendigas nuestras jornadas; Dirijas nuestras vidas y nos protejas de todo mal.
Ilumínanos con tu palabra y permite que ella nos oriente: Después que reprendiste a tus apóstoles por su falta de comprensión y de fe, lo hiciste para enseñarles una lección y para mostrarles que necesitaban curarse de su ceguera espiritual por medio de la fe. De todos modos, te convierte en luz e iluminas al ciego.
Hoy te pedimos que nos des ojos de fe. Permítenos que podamos decir: «Señor, que vea de nuevo», porque estamos ciegos al amor que nos muestras en la gente que nos rodea; que veamos de nuevo, porque estamos ciegos a tu bondad y belleza que nos revelas en tu creación y en los acontecimientos de nuestra vida; que nosotros también oigamos de tus labios: «Tu fe te ha salvado».
Hoy te pedimos que mires los ojos de los niños que están abiertos a la vida; los ojos llenos de esperanza de los que creemos en tu futuro esperanzador; llénanos con tu luz. Mira los ojos llenos de egoísmo, desesperanza o despecho de los que se sienten frustrados en la vida; mira la alegría en los ojos de los que sabemos amar. Mira los ojos de los que sufren; mira también los ojos de los que están cerrados a los demás. No permitas que ocultemos tu luz, o que ensombrezcamos las vidas de nuestros hermanos. Danos unos ojos claros y limpios, y haz que seamos luz para nuestros hermanos que viven sin conciencia ni esperanza.
Al celebrar a santa Isabel de Hungría, patrona de nuestra Arquidiócesis de Bogotá, la recordamos con cariño como aquella niña que a los 14 años de edad se casó con Luis IV de Turingia. Juntos pasaron seis años de felicidad tratando de vivir en el hogar de los ideales de san Francisco de Asís, pero en 1227 muere Luis y deja a Isabel esperando un hijo. Entonces Isabel escucha el llamado a una vida de total pobreza, en la en la cual se desgasta prematuramente al servicio de los más pobres y enfermos. Murió a los 24 años. El 17 de noviembre de 1231. Santa Isabel de Hungría protege nuestra arquidiócesis y concédenos seguir tu ejemplo de ayuda a los pobres y enfermos. A Ti te bendecimos, te glorificamos y te damos gracias. Amén.
Un muy feliz y santo inicio de semana y un claro, iluminado y feliz lunes para todos. Nuestra Madre Santísima nos proteja.
ORACIÓN
Señor Jesús, Hijo de David, te reconocemos en medio de nuestras multitudes y ruidos, tal como el ciego te reconoció. Al escuchar que pasabas, no permití que las voces de duda o las barreras me silenciaran.
Te ruego, Señor, que tengas compasión de mí y de mi ceguera, sea esta física o espiritual. A pesar de las dificultades o de quienes me dicen que me calle, mi fe me impulsa a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!» Amén.
Reflexión del Evangelio escrita por Paola Treviño, consagrada del Regnum Christi
Este pasaje del ciego que Jesús encuentra en el camino es uno de mis favoritos por dos razones: la tenacidad y la perseverancia del ciego, y la compasión y la misericordia de mi Señor Jesús. Los invito a hacer un poco de silencio, a cerrar los ojos, a ponernos con las manos en oración y adentrarse en su corazón para hablar de corazón a corazón con Jesús.
“Señor, yo al igual que el ciego, pierdo la vista con facilidad, se me nubla el mundo de la fe por tanto smog: las preocupaciones, el correr del día, la superficialidad, el mundo, y de pronto me encuentro totalmente en la oscuridad.
No logro ver tu presencia en la naturaleza, en la creación, en el rostro inocente de un niño, en el descubrir del adolescente, en la fogosidad del joven, en la madurez del adulto, en la sabiduría del anciano.
No logro ver tu presencia constante en el existir de mi vida, escucho tu voz a lo lejos igual que el ciego, no te veo, pero desde el fondo de mi corazón, grito con igual fuerza que el ciego: ‘Señor, que vea’, que vea; cada vez más, Señor, que vea. Señor, que vea tu grandeza, tu amor, tu misericordia; Señor, que vea.
Déjame escuchar aquellas palabras que aclaran mi vista: ‘Ve, tu fe te ha salvado’. Y si tengo alguna ceguera física, Señor, que logre ver con el sentido del oído, que logre ver con el sentido del tacto; que logre ver, Señor, tu presencia en mi vida, con todas aquellas personas que me rodean, que logre ver con los ojos del alma, que logre ver con los ojos del corazón”.
Hoy, caminar con los ojos bien abiertos, repitiendo: ‘Señor, que vea tu presencia hoy en mi día’.
Pregunta:
¿Qué cegueras espirituales me impiden reconocer la presencia de Dios en mi vida?
Cita bíblica del día.
"El Señor está cerca de los que tienen el corazón quebrantado y salva a los de espíritu abatido". (Salmo 34,19).
