En el inicio de un nuevo día «gracias, Señor», es nuestro saludo. Gracias por la vida, por el don de la salud, por el don del trabajo, por el don de la familia, el don de la amistad; gracias por tu mensaje que nos regalas hoy y que es sencillo y fácil de entender: tenemos que ser inteligentes y orientar nuestra vida para conseguir lo más valioso, el mejor tesoro que podamos alcanzar. ¡Así de sencillo! Lo que pasa es que a veces nos equivocamos y terminamos poniendo nuestro corazón en cosas que ni son tesoro ni son nada, que se desvanecen entre los dedos de nuestras manos como se escapa la arena de la playa. Pero Tú nos señalas otros tesoros en los que sí vale la pena poner el corazón. Nos hablas de los tesoros del cielo: el amor y el servicio, la fraternidad y la solidaridad, la unidad y la justicia. Ayúdanos a abrir nuestras manos para tender puentes que nos guíen a encontrarnos con nuestros hermanos. Ahí encontraremos el verdadero tesoro: en la amistad, en el cariño, en el amor.
Muchas veces a las personas que dedican su vida al servicio amoroso a los más pobres les oímos decir que se sienten felices y amados por ellos, que reciben mucho más de lo que dan. En el amor todo lo que se da se recibe mil veces de vuelta. Con la ventaja de que ese tesoro no se lo comen ni las polillas ni las carcomas, ni el tiempo ni la enfermedad. Señor, tu nos dices: «hay más Alegría en dar que en recibir». Que podamos tener actitudes de generosidad para que vivamos en felicidad aquella frase: Dios bendice y multiplica tu generosidad.
NO ENDIOSEMOS A NADIE MÁS QUE A DIOS. Miremos con los ojos del corazón. Como San Luis Gonzaga, patrono de la juventud, seamos discípulos de amor, generosidad y servicio. Muy feliz, bendecido y generoso viernes.
Pensamientos para el Evangelio de hoy (Evangeli.net)
* «Cuando comienzas a detestar lo que has hecho, entonces tus obras buenas comienzan porque reconoces tus obras malas» (san Agustín).
* «Jesús invita a usar las cosas sin egoísmo, sin sed de posesión o de dominio, sino según la lógica de Dios, la lógica de la atención a los demás, la lógica del amor» (Benedicto XVI).
* «La confesión de los pecados, incluso desde un punto de vista simplemente humano, nos libera y facilita nuestra reconciliación con los demás. Por la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1455).