En el encanto de un nuevo amanecer despertamos con corazón agradecido por un nuevo día que nos regalas y que lo recibimos con alegría y optimismo para compartirlo con nuestros hermanos y hacer lo que a Ti te agrada.
No olvidamos tus hermosas palabras: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Nuestra Madre Santísima nos enseñó a amar y a confiar en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
Hoy, recordamos a María, madre tuya y madre nuestra, como reina y señora del universo, una advocación tan hermosa y tan merecida; reina, no al estilo humano, sino como en verdad lo es, humilde y sencilla, servidora e intercesora. «Mirándola en la gloria, comprendemos que el verdadero poder es el servicio y reinar significa amar; y que este es el camino al Cielo».
Ella nos enseña que es madre, sin pretensiones de ser más que tu humilde sierva. Permítenos honrarla como nuestra reina, nuestro modelo de fe sincera y profunda, de modesto y fiel servicio a los planes del Padre celestial.
Ahora te pedimos, Madre, que sigas intercediendo por nosotros y nos muestres el camino de servicio y solidaridad que tuviste en todo momento para cumplir la voluntad del Padre celestial.
Amén.
Un muy feliz, esperanzador y maternal viernes.
Oración introductoria
Señor, muchas veces yo he estado preocupado porque no sabía qué era lo que te gustaba o te disgustaba. Pero hoy ya no tengo dudas: me lo has aclarado perfectamente en este evangelio. Puedo agradarte si no me desvío de la senda del amor. Y te desagrado cuando tomo otro camino diferente. Gracias, Señor, porque ya sabemos cómo darte gusto.
Las palabras de los Papas
Pero ¿por qué se invita a María a alegrarse de este modo? La respuesta se encuentra en la segunda parte del saludo: «El Señor está contigo». También aquí para comprender bien el sentido de la expresión, debemos recurrir al Antiguo Testamento. En el Libro de Sofonías encontramos esta expresión «Alégrate, hija de Sión... El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti... El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador» (3, 14-17). En estas palabras hay una doble promesa hecha a Israel, a la hija de Sión: Dios vendrá como salvador y establecerá su morada precisamente en medio de su pueblo, en el seno de la hija de Sión. En el diálogo entre el ángel y María se realiza exactamente esta promesa: María se identifica con el pueblo al que Dios tomó como esposa, es realmente la Hija de Sión en persona; en ella se cumple la espera de la venida definitiva de Dios, en ella establece su morada el Dios viviente. (Benedicto XVI – Audiencia general, 19 de diciembre de 2012)