Descanso merecido y nuevo amanecer en este fin de semana y lo recibimos dándote gracias por lo vivido y compartido miramos hacia el cielo y las nubes se van retirando para que contemplemos las maravillas de tu creación; el imponente sol, hace ver la claridad y con su tenue calorcito nos invita a iniciar nuestra labor de un Domingo ojalá compartiendo con la familia; hoy san Pablo nos dice «que nos apremia el amor de Cristo» … «lo viejo ha pasado, lo nuevo ha comenzado».
Alguien ha dicho: sin miedo al éxito, con mucha fe y optimismo mañana iniciaremos lo nuevo; nuevas ilusiones, nuevas esperanzas, de pronto se tendrán momentos de tormentas, pero nos llenaremos de fe porque tú vas con nosotros en la barca y por eso: “ya no temo Señor la tristeza; ya temo la oscuridad porque me acompaña siempre en mi vida hasta el fin”. Gracias, señor por esta palabra que es creadora, que hace cosas nuevas; esta palabra que hace que sobrevenga una gran calma en medio de la tormenta. Quizás en aquella ocasión los discípulos preguntaron ¿quién es este? Hoy, la respuesta la encontramos en ti mismo: tú tienes palabras de vida eterna y tienes autoridad en todo momento; lo que amenaza nuestras vidas y no nos deja ser felices. Conociendo tu persona, Señor, hoy tengo que decir, abandónate al poder de la fe en toda circunstancia, ante toda adversidad; ante la amenaza de la misma naturaleza y de las fuerzas del mal. Amén.
Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos. Buen Domingo y feliz descanso.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
Hoy podemos preguntarnos: ¿cuáles son los vientos que se abaten sobre mi vida, cuáles son las olas que obstaculizan mi navegación y ponen en peligro mi vida espiritual, mi vida de familia, mi vida psíquica también? Digamos todo esto a Jesús, contémosle todo. Él lo desea, quiere que nos aferremos a Él para encontrar refugio de las olas anómalas de vida. El Evangelio cuenta que los discípulos se acercan a Jesús, le despiertan y le hablan (cfr. v. 38). Este es el inicio de nuestra fe: reconocer que solos no somos capaces de mantenernos a flote, que necesitamos a Jesús como los marineros a las estrellas para encontrar la ruta. La fe comienza por el creer que no bastamos nosotros mismos, con el sentir que necesitamos a Dios. Cuando vencemos la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, cuando superamos la falsa religiosidad que no quiere incomodar a Dios, cuando le gritamos a Él, Él puede obrar maravillas en nosotros. Es la fuerza mansa y extraordinaria de la oración, que realiza milagros. Jesús, implorado por los discípulos, calma el viento y las olas. Y les plantea una pregunta, una pregunta que nos concierne también a nosotros: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?» (v. 40). Los discípulos se habían dejado llevar por el miedo, porque se habían quedado mirando las olas más que mirar a Jesús. Y el miedo nos lleva a mirar las dificultades, los problemas difíciles y no a mirar al Señor, que muchas veces duerme. También para nosotros es así: ¡cuántas veces nos quedamos mirando los problemas en vez de ir al Señor y dejarle a Él nuestras preocupaciones! ¡Cuántas veces dejamos al Señor en un rincón, en el fondo de la barca de la vida, para despertarlo solo en el momento de la necesidad! Pidamos hoy la gracia de una fe que no se canse de buscar al Señor, de llamar a la puerta de su Corazón. (Ángelus, 20 de junio de 2021)