“Alegre la mañana que nos habla de ti”. Alegre esta mañana para darte gracias por tu bondad y misericordia y ante todo por tu generosidad durante la semana que terminamos, porque hemos realizado lo que nos has propuesto y lo que no hemos podido hacer lo queremos poner en tus manos. Gracias por permitirnos elevar nuestras súplicas y oraciones, por nuestra alegría y esperanza, por nuestra fe que hará posible el don de la salud para nuestros hermanos enfermos y necesitados, para el que sufre y se encuentra en soledad y tristeza; y ante todo por darnos la ocasión de alegrar diferentes caminos y diferentes pensamientos.
Hoy quieres que tengamos alma y corazón de niños; ternura, espontaneidad e inocencia espiritual. Este fin de semana te pedimos que nos ayudes a permanecer unidos en amor familiar y a orar por los que se han acogido a nuestra oración. Mucho puede hacer la oración intensa del justo. Hoy mostremos un rostro alegre y sencillo y lleno de esperanza.
Feliz y santo fin de semana.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
Hoy el Señor retoma esta enseñanza y la completa. De hecho, añade: «El que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Mc 10,15). Esta es la novedad: el discípulo no solo debe servir a los pequeños, sino que también ha de reconocerse pequeño él mismo. (…) Es el primer paso para abrirnos a Él. Sin embargo, a menudo nos olvidamos de esto. En la prosperidad, en el bienestar, vivimos la ilusión de ser autosuficientes, de bastarnos a nosotros mismos, de no tener necesidad de Dios. (…) esto es un engaño, porque cada uno de nosotros es un ser necesitado, pequeño. Debemos buscar nuestra propia pequeñez y reconocerla. Y allí encontraremos a Jesús. En la vida, reconocerse pequeño es un punto de partida para llegar a ser grande. Si lo pensamos bien, crecemos no tanto gracias a los éxitos y a las cosas que tenemos, sino, sobre todo, en los momentos de lucha y de fragilidad. Ahí, en la necesidad, maduramos; ahí abrimos el corazón a Dios, a los demás, al sentido de la vida. Abrimos los ojos a los demás. Cuando somos pequeños abrimos los ojos al verdadero sentido de la vida. Cuando nos sintamos pequeños ante un problema, pequeños ante una cruz, una enfermedad, cuando experimentemos fatiga y soledad, no nos desanimemos. Está cayendo la máscara de la superficialidad y está resurgiendo nuestra radical fragilidad: es nuestra base común, nuestro tesoro, porque con Dios las fragilidades no son obstáculos, sino oportunidades. Una bella oración sería esta: “Señor, mira mis fragilidades…”; y enumerarlas ante Él. Esta es una buena actitud ante Dios. (…) Lo sabe bien quien reza con perseverancia: en los momentos oscuros o de soledad, la ternura de Dios hacia nosotros se hace —por así decir— aún más presente. (Ángelus, 3 de octubre de 2021)