Por un nuevo amanecer que generosamente nos concedes, te damos gracias y te pedimos que seas nuestra fortaleza y protección para que, iluminados por tu palabra, en este día dedicado a Ti encontremos el sendero que hemos de recorrer.
Hoy nos regalas un gran testamento en tu palabra, para que lo podamos cumplir. Tus palabras de despedida nos están diciendo que para encontrar aquella paz verdadera que solamente Tú puedes darnos tenemos que amarte, amarnos unos a otros y seguir escuchando al Espíritu Santo que nos recuerda tus obras y tus enseñanzas. Consérvanos fieles a tu palabra. Danos el Espíritu Santo para que nos recuerde todo lo que nos dices y has hecho por nosotros. Que Él nos proteja de todo miedo y cobardía y nos dé el valor para edificar nuestras vidas en paz y con un amor paciente. Ojalá hoy podamos tener la valentía de corazón para anunciarte a nuestros hermanos. Guárdanos en tu amor y tu paz. Amén. Feliz y merecido descanso.
LAS PALABRAS DE LOS PAPAS
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14, 27). En este día de Resurrección, él la da en plenitud y esa paz se convierte para la comunidad en fuente de alegría, en certeza de victoria, en seguridad por apoyarse en Dios. También a nosotros nos dice: «No se turbe vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14, 1). Después de este saludo, Jesús muestra a los discípulos las llagas de las manos y del costado (cf. Jn 20, 20), signos de lo que sucedió y que nunca se borrará: su humanidad gloriosa permanece «herida». Este gesto tiene como finalidad confirmar la nueva realidad de la Resurrección: el Cristo que ahora está entre los suyos es una persona real, el mismo Jesús que tres días antes fue clavado en la cruz. Y así, en la luz deslumbrante de la Pascua, en el encuentro con el Resucitado, los discípulos captan el sentido salvífico de su pasión y muerte. Entonces, de la tristeza y el miedo pasan a la alegría plena. La tristeza y las llagas mismas se convierten en fuente de alegría. La alegría que nace en su corazón deriva de «ver al Señor» (Jn 20, 20). Él les dice de nuevo: «Paz a vosotros» (v. 21). Ya es evidente que no se trata sólo de un saludo. Es un don, el don que el Resucitado quiere hacer a sus amigos, y al mismo tiempo es una consigna: esta paz, adquirida por Cristo con su sangre, es para ellos, pero también para todos nosotros, y los discípulos deberán llevarla a todo el mundo. (Papa Benedicto XVI - Audiencia general, 11 de abril de 2012)