En tus manos de Padre nos colocamos y te agradecemos por este nuevo día que estamos iniciando y que esperamos llevarlo adelante gracias a tu bendición y tu compañía. Permítenos hacer tu voluntad y amar como tú nos amas.
San Gregorio decía: lo importante no es “qué” se abandona por Cristo, sino “con qué” espíritu se hace. Dejarlo todo nunca será sencillo ni espontáneo. Es de lo más parecido a una operación quirúrgica: Duele, pero cura; y sabemos que seguirte implica sacrificio por amor y con amor. Tú nos aseguras que quien lo deje todo por seguirte recibirá el ciento por uno ya en esta vida. Seguramente hemos oído o repetido en infinidad de ocasiones aquello de: ¡Dios no se deja ganar en generosidad! Toda nuestra entrega y disponibilidad nos es devuelta multiplicada por cien ya en esta vida. Por eso nuestro amor debe ser siempre gratuito, ya que es recompensado con largueza por ti.
Ayúdanos a comprender lo que significa ser discípulos tuyos; que sólo cuando perdonamos encontramos perdón; que nuestra sed se sacia cuando damos de beber a nuestros hermanos; que encontramos consuelo cuando llevamos palabras que alivian a otros en su dolor; y que sólo cuando partimos y compartimos el pan encontramos tu alegría que dura por siempre. En este día, queremos ser verdaderos hermanos en la fe, la esperanza y la caridad, siendo verdaderos discípulos servidores, no esperando más recompensa que la tuya. Gracias Señor. A ti te alabamos, te bendecimos y te glorificamos.
Un muy feliz y gratificante martes.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
* «‘Pues yo os aseguro que nadie hay…’. No quiere decir con esto que abandonemos a nuestros padres, dejándolos sin auxilio, ni que nos separemos de nuestras mujeres, sino que prefiramos el honor de Dios a todo lo que es perecedero» (san Beda el Venerable).
* «No cabe duda que las formas concretas de seguir a Cristo están graduadas por Él mismo según las condiciones, las posibilidades, las misiones, los carismas de las personas y de los grupos» (san Juan Pablo II).
* «Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf. Ef 1,22), contribuyen a la edificación de la Iglesia mediante la constancia de sus convicciones y de sus costumbres. La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles, ‘hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo’ (Ef 4,13)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2045).