Al término de la semana venimos a tu presencia para darte gracias por todo lo que hemos podido vivir y todo lo realizado. Al mismo tiempo, como el publicano en el templo, te pedimos perdón por los momentos en que no confiamos en Ti, en que hemos tratado mal a nuestro hermano, con indiferencias o palabras hirientes y actitudes negativas. En fin, recibe nuestros corazones tal como somos. No queremos justificarnos ante ti o jactarnos de nuestros méritos.
Te pedimos con toda sencillez, Señor, que nos aceptes como somos, con nuestra buena voluntad, nuestros débiles esfuerzos y nuestras tímidas y poco entusiastas conversiones. Gracias, Señor, porque a pesar de nuestras debilidades tú nos curarás y vendarás nuestras heridas. No permitas que nos jactemos de nosotros mismos, sino que nos regocijemos por el amor paciente y por la bondad sin límites que tienes hacia nosotros, reconociendo nuestras faltas y con el corazón humillado por lo hecho y arrepentidos de verdad, seamos como el publicano y le pidamos al Padre: “Ten compasión de este pecador”. Y ya que estamos en dialogo amoroso contigo, pedirte también que nos sigas regalando tu ternura, tu amor y las fuerzas necesarias para serte fiel en todo momento. Ahora nos levantamos arrepentidos pero alegres de volver a tu amistad y dispuestos a reconciliarnos con nuestros hermanos.
Que sea un sábado reconciliador y fraternal. Feliz y santo fin de semana.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
La parábola se encuentra entre dos movimientos, expresados por dos verbos: subir y bajar. El primer movimiento es subir. De hecho, el texto comienza diciendo: «Dos hombres subieron al Templo a orar» (v. 10). Este aspecto recuerda muchos episodios de la Biblia, en los que para encontrar al Señor se sube a la montaña de su presencia (…) Pero para experimentar el encuentro con Él y ser transformados por la oración, para elevarnos a Dios, necesitamos el segundo movimiento: bajar. ¿Por qué? ¿Qué significa esto? Para ascender hacia Él debemos descender dentro de nosotros mismos: cultivar la sinceridad y la humildad de corazón, que nos permiten mirar con honestidad nuestras fragilidades y nuestra pobreza interior. En efecto, en la humildad nos hacemos capaces de llevar a Dios, sin fingir, lo que realmente somos, las limitaciones y las heridas, los pecados y las miserias que pesan en nuestro corazón, y de invocar su misericordia para que nos cure y nos levante. Él será quien nos levante, no nosotros. Cuanto más descendemos en humildad, más nos eleva Dios. el fariseo y el publicano nos conciernen de cerca. Pensando en ellos, mirémonos a nosotros mismos: veamos si en nosotros, como en el fariseo, existe "la presunción interior de ser justos" (v. 9) que nos lleva a despreciar a los demás. Ocurre, por ejemplo, cuando buscamos cumplidos y enumeramos siempre nuestros méritos y buenas obras, cuando nos preocupamos por aparentar en lugar de ser, cuando nos dejamos atrapar por el narcisismo y el exhibicionismo. Cuidémonos del narcisismo y del exhibicionismo, basados en la vanagloria, que también nos lleva a nosotros los cristianos, a nosotros los sacerdotes, a nosotros los obispos, a tener siempre la una palabra "yo" en los labios, ¿Qué palabra? "Yo" (Ángelus, 23 de octubre de 2022)