Alegre despertar que nos llena de fe y esperanza para realizar en este día nuestro camino cotidiano. Ilumínanos y líbranos de todo lo negativo. El cariño y generosidad, tu amor y tu bondad, son momentos especiales que nos concedes y que nos hacen mirar la vida con ojos de fe, y sentimientos de gratitud.
La fe siempre es un salto: parte de un “ver” para llegar a “creer”. Pero no todos los que “vemos” creemos. Quizá Tomás, como otros muchos, esperaba haber visto un Mesías triunfador y se encontró con la cruz. Y justamente eso es lo que tenía que ver para creer, de otra manera. Al final, Tú te presentaste ante él con los signos de la pasión y él te dice ese hermoso «Señor mío y Dios mío» …
Que también nosotros podamos “ver” la maravilla de la vida, el corazón de las personas, tus palabras, el grito de los necesitados y viendo todo eso, “creer” y responderte “Señor mío y Dios mío”.
Iniciamos con mucha fe y esperanza nuestras labores cotidianas, esperando sean productivas y benéficas para nuestros hermanos. Hoy sea la ocasión de poder servir, amar y testimoniar toda tu bondad. Todo nos puede faltar en nuestra vida, menos la fe, una fe sólida y firme. Santo Tomás nos ayude en nuestro combate espiritual contra la duda, la desesperanza y tu ausencia. Que este jueves vocacional sea de mucha fe y confianza en Ti y en nosotros mismos. «Dichosos los que creen sin haber visto». Bendícenos, guárdanos y protégenos.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
Tomás, en realidad, no es el único al que le cuesta creer, es más, nos representa un poco a todos nosotros. De hecho, no siempre es fácil creer, especialmente cuando, como en su caso, se ha sufrido una gran decepción. (…) Pero Tomás demuestra que tiene valentía: mientras los otros están encerrados en el cenáculo por el miedo, él sale, con el riesgo de que alguien pueda reconocerlo, denunciarlo y arrestarlo. Podríamos incluso pensar que, con su valentía, merecería más que los otros encontrar al Señor resucitado. Sin embargo, precisamente por haberse alejado, cuando Jesús se aparece por primera vez a los discípulos la noche de Pascua, Tomás no está y pierde la ocasión. Se había alejado de la comunidad. ¿Cómo podrá recuperarla? Solo volviendo con los otros, volviendo allí, en esa familia que ha dejado asustada y triste. Cuando lo hace, cuando vuelve, le dicen que Jesús ha venido, pero a él le cuesta creer; quisiera ver sus llagas. (…) Jesús se las muestra, pero de forma ordinaria, presentándose ante de todos, en la comunidad, no fuera. Como diciéndole: si tú quieres encontrarme no busques lejos, quédate en la comunidad, con los otros; y no te vayas, reza con ellos, parte con ellos el pan. Y nos lo dice a nosotros también. Es ahí que puedes encontrarme, es ahí que te mostraré, impresas en mi cuerpo, las señales de las llagas: las señales del Amor que vence el odio, del Perdón que desarma la venganza, las señales de la Vida que derrota la muerte. Es ahí, en la comunidad, que descubrirás mi rostro, mientras compartes con los hermanos momentos de oscuridad y de miedo, aferrándote aún más fuerte a ellos. Sin la comunidad es difícil encontrar a Jesús. (Regina Cæli, Domingo de la Divina Misericordia, 16 de abril de 2023)
Pensamientos para el Evangelio de hoy (evangeli.net)
* «Tomás veía y tocaba al hombre, pero confesaba su fe en Dios, a quien ni veía ni tocaba. Pero lo que veía y tocaba lo llevaba a creer en lo que hasta entonces había dudado» (san Agustín).
* «Tomás es importante para nosotros, al menos por tres motivos: primero, porque nos conforta en nuestras inseguridades; en segundo lugar, porque nos demuestra que toda duda puede tener un final luminoso más allá de toda incertidumbre; y, por último, porque las palabras que le dirigió Jesús nos recuerdan el auténtico sentido de la fe madura y nos alientan a continuar, a pesar de las dificultades, por el camino de fidelidad a Él» (Benedicto XVI).
* «La hipótesis según la cual la resurrección habría sido un “producto” de la fe (o de la credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació —bajo la acción de la gracia divina— de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 644).