En la mitad de la semana, nos regalas un nuevo día para poderlo vivir en la plenitud de tu amor. Gracias, Señor, por levantarnos y poderte contemplar en este nuevo amanecer. Desde la salida del sol hasta el ocaso, tenemos la ocasión de poder levantar a nuestros hermanos, de amar con los mismos sentimientos con que Tú nos amas y de servir como Tú nos sirves.
Ayúdanos a comprender —por medio de tu palabra— los tres momentos en que tus acciones son de alegría, de benevolencia y de gratuidad. Al amanecer comienza tu obra en la casa de Pedro; luego, al caer de la tarde, continúas curando a los enfermos; y al anochecer, tu oración en acción de gracias al Padre celestial. Qué hermoso que nuestro caminar sea parecido al tuyo, al amanecer sirviendo a nuestros hermanos; al caer de la tarde, llevando consuelo y esperanza; y al anochecer, dándote gracias por todo lo que de ti hemos recibido. Ahora, Señor, permítenos iniciar nuestro camino en este día para cumplir tu santa voluntad practicando la caridad y haciendo el bien a nuestros hermanos. Que nuestra madre santísima nos ayude y en su santo regazo nos proteja amén.
Las palabras de los Papas
Hoy el Evangelio nos presenta a Jesús que, después de haber predicado el sábado en la sinagoga de Cafarnaúm, curó a muchos enfermos, comenzando por la suegra de Simón. Al entrar en su casa, la encontró en la cama con fiebre e, inmediatamente, tomándola de la mano, la curó e hizo que se levantara. Después de la puesta del sol, curó a una multitud de personas afectadas por todo tipo de enfermedades. (…) Jesús no deja lugar a dudas: Dios —cuyo rostro él mismo nos ha revelado— es el Dios de la vida, que nos libra de todo mal. Los signos de este poder suyo de amor son las curaciones que realiza: así demuestra que el reino de Dios está cerca, devolviendo a hombres y mujeres la plena integridad de espíritu y cuerpo. Digo que estas curaciones son signos: no se quedan en sí mismas, sino que guían hacia el mensaje de Cristo, nos guían hacia Dios y nos dan a entender que la verdadera y más profunda enfermedad del hombre es la ausencia de Dios, de la fuente de verdad y de amor. Y sólo la reconciliación con Dios puede darnos la verdadera curación, la verdadera vida, porque una vida sin amor y sin verdad no sería vida. El reino de Dios es precisamente la presencia de la verdad y del amor; y así es curación en la profundidad de nuestro ser. (Benedicto XVI – Ángelus, 8 de febrero de 2009)