Último día laboral de nuestra semana, ad portas de terminar un mes muy lindo y muy Mariano. Hemos celebrado a nuestra madre en varios aspectos y fiestas que nos han llevado a dar testimonio de tu humildad y sencillez. El cumplimiento de la voluntad del Padre en la obediencia de María: «he aquí la esclava del Señor; hágase mi según tu palabra».
Hoy en tu palabra nos das varios motivos para reflexionar sobre la tristeza y la alegría: Tú anuncias a tus discípulos que van a sufrir tristeza: «Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría». La causa de su tristeza es clara: el alejamiento, aunque sea temporal de Jesús en sus existencias; la causa de la vuelta a la alegría también los es: «volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nada ni nadie os quitará vuestra alegría».
La causa de nuestra alegría es la amorosa presencia tuya y de Dios Padre en nuestro corazón. «El que me ama guardará mis palabras y mi Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él». Y nada ni nadie nos podrá separar de ellos, del amor que ellos nos tienen. Jesús y Dios Padre nos aman de esta manera: para siempre.
Gracias. Señor, porque tu Espíritu Santo nos regala el don del discernimiento para vivir esta alegría. Tú estarás siempre en nuestros corazones y en nuestros pensamientos. Cada momento de nuestra vida es momento de encuentro en tu amor. «nadie nos quitará su alegría». Amén.
Nuestro viernes sea lleno de amor, servicio, fraternidad y solidaridad.
LAS PALABRAS DE LOS PAPAS
Desearía invitaros a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a confiarnos como niños en los brazos de Dios, seguros de que esos brazos nos sostienen siempre y son los que nos permiten caminar cada día, también en la dificultad. Me gustaría que cada uno se sintiera amado por ese Dios que ha dado a su Hijo por nosotros y que nos ha mostrado su amor sin límites. Quisiera que cada uno de vosotros sintiera la alegría de ser cristiano. En una bella oración para recitar a diario por la mañana se dice: “Te adoro, Dios mío, y te amo con todo el corazón. Te doy gracias porque me has creado, hecho cristiano...”. Sí, alegrémonos por el don de la fe; es el bien más precioso, que nadie nos puede arrebatar. Por ello demos gracias al Señor cada día, con la oración y con una vida cristiana coherente. Dios nos ama, pero espera que también nosotros lo amemos. (Benedicto XVI, Audiencia General 27 de febrero de 2013)