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4-jun.-2025, miércoles de la 7.ª semana de Pascua

Tú y los apóstoles se entregaron sin reserva alguna a los otros. (...) ¿En qué medida podemos hacer eso también nosotros? Tú te entregaste con amor y sin reservas.

Saciados en tu amor te damos gracias por lo que recibiremos de tu bondad y generosidad en este día. 

En tu discurso de despedida dijiste a tus apóstoles que querías compartir con ellos al máximo tu alegría. Pablo dice que hay más felicidad en dar que en recibir. Tú y los apóstoles se entregaron sin reserva alguna a los otros. Hoy nos podemos preguntar: ¿En qué medida podemos hacer eso también nosotros? Tú te entregaste con amor y sin reservas. Danos un poco de ese amor generoso para que nosotros también aprendamos por experiencia que sentimos mayor alegría al darnos a nosotros mismos que al recibir honores o favores. 

Que, el Espíritu Santo nos haga sentirnos uno para que compartamos generosamente con nuestros hermanos las riquezas y dones recibidos del Padre celestial.

Sólo te pedimos que nos guardes en tu amor y nos preserves de toda debilidad espiritual y de los negativismos que nos presenta el mundo. Hoy, al recordar a san Bonifacio, te pedimos que su testimonio de entrega y disponibilidad nos ayude a ser verdaderos discípulos de amor y servicio y podamos cumplir tu voluntad. Bendícenos, guárdanos y protégenos en tu bondad y amor. Amén. Feliz y bondadoso miércoles.

Meditación del Papa

Sabemos que al final —como vio claramente san Ignacio de Loyola— el único patrón verdadero con el cual se puede medir toda realidad humana es la Cruz y su mensaje de amor inmerecido que triunfa sobre el mal, el pecado y la muerte, que crea vida nueva y alegría perpetua. La Cruz revela que únicamente nos encontramos a nosotros mismos cuando entregamos nuestras vidas, acogemos el amor de Dios como don gratuito y actuamos para llevar a todo hombre y mujer a la belleza del amor y a la luz de la verdad que salvan al mundo.

En esta verdad —el misterio de la fe— es en la que hemos sido consagrados, y en esta verdad es en la que estamos llamados a crecer, con la ayuda de la gracia de Dios, en fidelidad cotidiana a su palabra, en la comunión vivificante de la Iglesia. Y, sin embargo, qué difícil es este camino de consagración. Exige una continua conversión, un morir sacrificial a sí mismos que es la condición para pertenecer plenamente a Dios, una transformación de la mente y del corazón que conduce a la verdadera libertad y a una nueva amplitud de miras. (Benedicto XVI, 19 de julio de 2008)

Autor:
José Hernando Gómez Ojeda, pbro.