En nuestro corazón y nuestros sentimientos te damos gracias, Señor, por esta semana que estamos terminando por todo lo vivido y, sobre todo, por el don de la salud y el bienestar, por todo lo que pudimos hacer y hemos dejado de realizar. Todo ha sido bendecido en tu nombre.
Ahora que comenzamos nuestro fin de semana, permítenos compartirlo con nuestras familias para que vivamos en armonía y en mucho amor. Nuestra oración llegue hasta ti, Señor, como acción de gracias y motivo de meditación en lo que nos exiges.
Cuando la gente se encontró contigo te convertiste en fuente de división; afectaste sus vidas y las nuestras de una forma o de otra. Desde nuestro bautismo nos nombraste tus discípulos. Muchas veces no hemos comprendido tus palabras porque a veces pretendemos hacer nuestra voluntad y no la tuya, pero queremos aceptarte plenamente y vaciarnos de nosotros mismos para darte nuestros corazones y que los llenes de tu amor y misericordia. Guíanos por senderos seguros en los cuales siempre encontremos la claridad de tu luz y de tu amor. Amén.
Un muy feliz y reparador descanso de fin de semana. Ofreceré nuestro tradicional rosario de aurora por sus intenciones y la Eucaristía por la salud y bienestar especialmente de aquellos que se acogen a nuestras oraciones.
Meditación del Papa Francisco
También hoy, queridos hermanos y hermanas, nuestra alegría es compartir esta fe y responder juntos al Señor Jesús: “Tú eres para nosotros el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. Nuestra alegría también es ir a contracorriente e ir más allá de la opinión corriente, que, como entonces, no logra ver en Jesús más que a un profeta o un maestro. Nuestra alegría es reconocer en Él la presencia de Dios, el enviado del Padre, el Hijo que vino para ser instrumento de salvación para la humanidad. Esta profesión de fe proclamada por Simón Pedro es también para nosotros. La misma no representa sólo el fundamento de nuestra salvación, sino también el camino a través del cual ella se realiza y la meta a la cual tiende.
En la raíz del misterio de la salvación está, en efecto, la voluntad de un Dios misericordioso, que no se quiere rendir ante la incomprensión, la culpa y la miseria del hombre, sino que se dona a él hasta llegar a ser Él mismo hombre para ir al encuentro de cada persona en su condición concreta. (Homilía de S.S. Francisco, 10 de noviembre de 2015).