En tu día te damos gracias por las bendiciones que nos has regalado durante esta semana que terminamos y que gracias a tu bondad hemos podido vivirla con alegría y satisfacciones.
Hoy te pedimos que nos ayudes a comprender el sentido generoso de tu perdón y benevolencia al igual que lo tuviste con la mujer pecadora. Perdónanos las veces en que hemos pecado especialmente de forma grave y sentimos miedo. Hoy comprendemos que Tú vas más allá de cualquier ley, porque nos perdonas, y sigues perdonándonos. Ésta es la actitud que quieres que aprendamos de Ti. Mirar a nuestro propio corazón y darnos cuenta de que necesitamos perdonar y ser perdonados. Y así, repetidas veces.
Perdona las ocasiones en que hemos sido injustos y hemos endurecido nuestro corazón, no hemos comprendido los sentimientos de nuestros hermanos y no somos capaces de perdonar como lo haces. Tú no nos arrojas piedras y tampoco quieres que las arrojemos contra nadie. Tú no nos condenas porque has venido a salvar lo que estaba perdido y quieres que seamos libres y que tengamos vida. Tú nos dices que vayamos y no pequemos más.
Perdónanos y haznos nuevos. Ayúdanos a que nuestros sentimientos sean de perdón y no carguemos piedras sino misericordia y comprensión. Que escuchemos esas bellas palabras: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». Ojalá, Señor, podamos cumplir tu voluntad para que demos fruto de iniciar un nuevo camino, cambiando nuestro corazón de piedra por un corazón generoso y reconciliador. Bendícenos y protégenos en tu bondad. Amén.
Feliz y reparador domingo.
Meditación del Papa Francisco
«¡Quien de vosotros esté sin pecado, tire la primera piedra contra ella!». El Evangelio, con una cierta ironía, dice que los acusadores se fueron, uno a uno, comenzando por los más ancianos.
Y Jesús se queda solo con la mujer, como un confesor, diciéndole: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado? ¿Dónde están? Estamos solos, tú y yo. Tú ante Dios, sin las acusaciones, sin las habladurías. ¡Tú y Dios! ¿Nadie te ha condenado?». La mujer responde: «¡Nadie, Señor!», pero ella no dice: «¡Ha sido una falsa acusación! ¡Yo no he cometido adulterio!» Reconoce su pecado y Jesús afirma: «¡Yo tampoco te condeno! Ve, ve y de ahora en adelante no peques más, para no pasar por un momento tan feo como este; para no pasar tanta vergüenza; para no ofender a Dios, para no ensuciar la hermosa relación entre Dios y su pueblo». ¡Jesús perdona! Pero aquí se trata de algo más que del perdón: Jesús supera la ley y va más allá. No le dice: '¡El adulterio no es pecado!' Pero no la condena con la ley. Y este es el misterio de la misericordia de Jesús. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 7 de abril de 2014, en Santa Marta).