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6-sep.-2025, sábado de la 22.ª semana del T. O.

Tú no viniste a prohibir o cambiar la ley, sino que has venido a darle cumplimiento a una nueva ley escrita en nuestros corazones: la ley de tu amor, del servicio...

En nuestra mente y en nuestro corazón hay sentimientos de agradecimiento por una semana más que nos has regalado, por todo lo que hemos podido realizar. Las alegrías que hemos compartido con nuestros hermanos, los momentos de dificultad que hemos podido superar porque tú has sido nuestra compañía, nuestro refugio y nuestro auxilio en los momentos difíciles. Gracias, Señor, por todo lo que nos concedes y nos concederás, por la vida, el amor y los sentimientos con los que pudimos compartir con nuestros hermanos. 

Tú no viniste a prohibir o cambiar la ley, sino que has venido a darle cumplimiento a una nueva ley escrita en nuestros corazones: la ley de tu amor, de tus sentimientos, la ley del servicio, de la entrega y la disponibilidad. No podemos quedarnos en lo prohibitivo, en lo que muchas veces nos hace daño, tú nos quieres en libertad, en solidaridad y en fraternidad. Que en este fin de semana que nos regalas podamos tomar nuestro descanso pensando en que somos hijos del Padre celestial y que tú eres nuestro hermano mayor que nos muestras el camino mejor para poder amar y servir con los sentimientos que tú los has hecho. Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos, te damos gracias y nos colocamos en tus manos. Amén. 

Un muy feliz, descansado y esperanzador fin de semana.

PALABRA DEL PAPA

Que el poder, que Cristo se atribuye sobre la Ley, comporte una autoridad divina lo demuestra el hecho de que Él no crea otra Ley aboliendo la antigua: “No penséis que he venido abrogar la ley o los Profetas; no he venido a abrogarla, sino a consumarla” (Mt 5, 17). Es claro que Dios no podría “abrogar” la Ley que El mismo dio. Pero puede —como hace Jesucristo— aclarar su pleno significado, hacer comprender su justo sentido, corregir las falsas interpretaciones y las aplicaciones arbitrarias, a las que la ha sometido el pueblo y sus mismos maestros y dirigentes, cediendo a las debilidades y limitaciones de la condición humana. (…) Debe (…) hay que recordar la respuesta que dio Jesús a los fariseos que reprobaban a sus discípulos el que arrancasen las espigas de los campos llenos de grano para comérselas en día de sábado, violando así la Ley mosaica. Primero Jesús les cita el ejemplo de David y de sus compañeros, que no dudaron en comer los “panes de la proposición” para quitarse el hambre, y el de los sacerdotes que el día de sábado no observan la ley del descanso porque desempeñan las funciones en el templo. Después concluye con dos afirmaciones perentorias, inauditas para los fariseos: “Pues yo os digo, que lo que hay aquí es más grande que el templo...”; y “El Hijo del Hombre es señor del sábado” (Mt 12, 6, 8; cf. Mc 2, 27-28). Son declaraciones que revelan con toda claridad la conciencia que Jesús tenía de su autoridad divina. El que se definiera “como superior al templo” era una alusión bastante clara a su trascendencia divina. Y proclamarse “señor del sábado”, o sea, de una Ley dada por Dios mismo a Israel, era la proclamación abierta de la propia autoridad como cabeza del reino mesiánico y promulgador de la nueva Ley. No se trataba, pues, de simples derogaciones de la Ley mosaica, admitidas también por los rabinos en casos muy restringidos, sino de una reintegración, de un complemento y de una renovación que Jesús enuncia como inacabables: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24, 35). Lo que viene de Dios es eterno, como eterno es Dios. (San Juan Pablo II – Audiencia general, 14 de octubre de 1987)

REFLEXIÓN 

¿Por qué hacen lo que está prohibido hacer en sábado? Siendo honestos, la pregunta de los fariseos es válida, aunque desde una defectuosa interpretación. En efecto el sábado, por prescripción divina, tenía que ser reservado solo a Dios y al descanso.

Los fariseos habían perdido de vista el fondo y se quedaban con la forma. Recordemos cómo se escandalizaban porque Jesús curaba en sábado o expulsaba demonios en ese día o, como escuchamos hoy, hacían problema porque los discípulos de Jesús desgranaban las espigas que iban a comer y así interpretaban exagerando literalmente la ley cultual, olvidándose del sentido común, de Dios y de los hombres –y muchas veces, de otros de los mandamientos– por cumplir algunas reglas vacías ya de su contenido. Por eso, el Señor Jesús puso el ejemplo de otros casos concretos en los que, para salvaguardar la vida de algunas personas, no se respetó la ley cultual, por ayudar a recordar el fondo de esa Ley, que Dios mismo había establecido.

Partiendo del texto que estamos meditando creemos, entonces, que Dios te invita hoy: primero, a decidir no ser como los fariseos de aquel tiempo, a no perderte en la forma descuidando el fondo; a no perderte en las pequeñas faltas de los otros o en la observancia de tradiciones humanas, que pudieran incluso ser buenas, pero descuidando la caridad. 

La segunda invitación de Dios es a vivir el nuevo día del Señor: es decir el domingo, el día de la Resurrección, como un día especialmente dedicado a Él; reconociendo a Jesucristo como tu Señor porque Él es el Señor de Cielos y Tierra y dándole culto a Jesucristo y con Él, al Padre de los Cielos, organizando tu día en torno a la Celebración de la Eucaristía, pero llevando al Señor al resto de las actividades para renovar tus relaciones familiares y ejercitándote en el amor a los más cercanos, para aprender a amar, siempre con Cristo, a los más lejanos.  

Esta reflexión del Evangelio fue escrita por: 

P. Luis Alberto Tirado Becerril, misionero del Espíritu Santo

Pregunta:

¿En qué momentos de mi vida he puesto la norma por encima del amor al prójimo?

Autor:
José Hernando Gómez Ojeda, pbro.