Este día que iniciaremos por tu bondad y misericordia nos abra al amor y servicio con el que quieres que lo vivamos; ahora lo ponemos en tus manos y te pedimos que nuestra jornada sea de bendición para hacer el bien a nuestros hermanos. Te damos gracias por nuestro papa León XIV. Dale Sabiduría, discernimiento e Inteligencia para que el rebaño que comienza a pastorear, sea dócil a sus palabras y escuchemos su voz de Padre y Pastor.
Que al escuchar tu palabra seamos invitados a una conversión personal y sincera. Te identificas con tus discípulos perseguidos, por eso te hiciste el encontradizo con el perseguidor de los cristianos en el camino de Damasco y esta fue tu pregunta para él: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Desde aquel momento en adelante Saulo te servirá y su vida la vivirá plenamente: «Ya no soy yo quien vivo; es Cristo quien vive en mí» ...
El del camino de Damasco fue un encuentro que transformó radicalmente a Saulo en Pablo. Ojalá nuestro encuentro contigo sea tan profundo que nos transforme. Pablo te encontró y se transformó en una persona totalmente nueva, completamente cambiada. Nuestro encuentro contigo debería producir en nosotros la misma transformación, ya que Tú nos dices hoy: «Los que comen mi carne y beben mi sangre viven en mí y yo en ellos». Que Tú vivas plenamente en nosotros y nosotros en Ti. Bendícenos en tu bondad y tu amor. Guárdanos en tu misericordia y protégenos en tu amor.
Que sea un muy fraterno día viernes.
PALABRAS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
El estupor de los que lo escuchan es comprensible; Jesús, de hecho, usa el estilo típico de los profetas para provocar en la gente —y también en nosotros— preguntas y, al final, suscitar una decisión. Antes que nada, las preguntas: ¿qué significa «comer la carne y beber la sangre» de Jesús? ¿es sólo una imagen, una forma de decir, un símbolo, o indica algo real? Para responder, es necesario intuir qué sucede en el corazón de Jesús mientras parte el pan para la muchedumbre hambrienta. Sabiendo que deberá morir en la cruz por nosotros, Jesús se identifica con ese pan partido y compartido, y eso se convierte para Él en «signo» del Sacrificio que le espera. Este proceso tiene su culmen en la Última Cena, donde el pan y el vino se convierten realmente en su Cuerpo y en su Sangre. Es la Eucaristía, que Jesús nos deja con una finalidad precisa: que nosotros podamos convertirnos en una sola una cosa con Él. De hecho, dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él» (v. 56). Ese «habitar»: Jesús en nosotros y nosotros en Jesús. La comunión es asimilación: comiéndole a Él, nos hacemos como Él. Pero esto requiere nuestro «sí», nuestra adhesión de fe. (Ángelus, 16 de agosto de 2015).